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martes, 30 de mayo de 2017

Silvina OCAMPO. yO, LA MENOR.

YO, LA MENOR DE TODAS

Excéntrica, doméstica, graciosa, original. Escritora de escritores que en su fuero íntimo deseaba el éxito. Hermana de Victoria Ocampo y esposa de Bioy Casares, con quien selló un pacto de vida y amor más allá del sexo. Mujer recluida en una atmósfera de fantasía y extravagancia. Estos son algunos de los rasgos de Silvina Ocampo que analiza y revela Mariana Enriquez, a través de una minuciosa investigación que recurrió a las fuentes directas de quienes la conocieron y frecuentaron en vida. La hermana menor plantea una atractiva revisión del enigma de una de las más grandes escritoras argentinas.


Por Angel Berlanga
“Hermana de Victoria Ocampo, esposa de Adolfo Bioy Casares, amiga íntima de Jorge Luis Borges, una de las mujeres más ricas y extravagantes de la literatura en español: todos esos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio.” Mariana Enriquez esboza el núcleo de búsqueda casi al comienzo de La hermana menor, su retrato sobre Silvina Ocampo; apenas antes, sí, la escena inicial de su libro, que enfoca en una nena de seis que se sube a un cedro ubicado en un parque de diez hectáreas, en una mansión en San Isidro. Es 1910, el año del Centenario, con el patriciado en su esplendor; los Ocampo son parte de esa crema aristocrática, de esas familias poderosas y dueñas de la tierra que hacen su viaje a París con vacas a bordo, para que los críos tomen leche fresca. Silvina es la más chica de seis hermanas: el etcétera de la familia, dirá. Sus padres, pues, están algo agotados de criar hijas. Así que, muchas veces, ella se refugia en las dependencias de los sirvientes: la familia los tiene por decenas. Silvina los ama, subraya Enriquez. Y ama a los mendigos: para eso está encima del cedro, a la espera de que lleguen a la mansión. Cada vez que aparecen, se pone feliz. Hay algo de perverso en esa alegría, o al menos eso asomará más adelante, en alguna entrevista, cuando dice que le gustaba ver cómo tomaban la nata de la leche, que ella aborrecía; o asomará también en un poema autobiográfico y póstumo, cuando los describa como de terracota, sin ser de carne y sin sangre aunque llagados, rengos, mancos, picados de viruela. Contaba la menor de las Ocampo, mucho después, que se había hecho amiga de pobres, guardabarreras, linyeras, y que los retrataba, los besaba. “La niña que da de comer y beber a los mendigos –escribe Enriquez– no arde de caridad religiosa ni muestra compasión: está, más bien, fascinada por esos desesperados con una inocencia vertiginosa, feroz. Le parecen tan distintos a ella; los sabe, intuitivamente entonces, con certeza cuando los describe años después, su opuesto. Lo que de verdad le gusta.” Su familia, como se intuirá, no opinaba lo mismo de esas amistades. Mientras tuviera ese trato con ellos, le dijo uno de los suyos, nunca conseguiría que la respetaran. “Yo no quiero que me respeten –le respondió Silvina–. Yo quiero que me quieran.”
Y ese elemento, el afectivo amoroso, parece una de las claves que sostienen estructural y a la vez sutilmente al libro, en el tramo a tramo (unos capítulos con títulos maravillosos: “La odié por causa de un perro”, “Ve cosas que ni el diablo ve”, “Por la orilla del mar, sobre mariposas”) y también en el recorrido general, con una primera mitad en la que predomina cierta adversidad sentimental y una segunda en la que talla más el disfrute, hasta que pinta el ocaso y lo que se presenta como el final, el velatorio en su cuarto del departamento de Posadas, que Bioy prefiriera no ir al entierro, unos gatos que se acercan a la capilla mientras se hacen las oraciones finales, el cuerpo cobijado en la bóveda familiar de los Ocampo sin señal alguna que a ella la identifique. Cualquier lector iniciado en las narrativas de Silvina Ocampo o de Mariana Enriquez intuirá que al rubro afectivo amoroso no corresponderá el rosa, ni por lo que fue la vida o la obra de la retratada, ni por el modo de contar de la retratista. Lo mítico, lo misterioso, lo inquietante, lo incorrecto, lo transgresor: en esas vertientes se enfocó Enriquez, para auscultar en textos de y sobre Ocampo, para encarar sus propias pesquisas, lecturas, entrevistas, con un resultado que unas veces oscila entre lo escalofriante y lo gracioso y otras entre la sensibilidad exquisita y la desesperación.
Nunca, anota Enriquez también casi al comienzo, ese amor por los pobres y los sirvientes se transformó “en una conciencia política o una acción social concreta”, y más adelante aborrecería al peronismo, como la gran mayoría de su entorno. Cita “La nena terrible”, un ensayo de Blas Matamoro sobre Ocampo incluido en Oligarquía y literatura: “El enfrentamiento de los niños terribles pasa por el odio a la familia, y se detiene allí: como hijos de la gran burguesía no tienen oposición parcial contra todo el orden social, pero su calidad de marginados familiares les crea una oposición parcial con una de las instituciones fundamentales de ese orden como es la familia. Los niños terribles asumen el Mal, no la Revolución”. Y hay varias escenas tremendas, de infancia, que dan cuenta de esa marginación familiar: que le ocultaran que la hermana más próxima en edad, Clara, tenía una enfermedad muy grave y que se estaba muriendo: tenía seis cuando ocurrió, y fue a refugiarse al piso en el que vivían los empleados domésticos. Enriquez apunta que este episodio infantil fue recreado en algún relato y que hay otro, más inquietante, que aparece más recurrentemente: una niña de alta burguesía que queda al cuidado de un sirviente de confianza, una figura amenazante y a la vez seductora; la niña lo espía a veces, en algún momento él la obliga a espiarlo. Silvina aludió algunas veces a su precocidad sexual y a que la referencia era autobiográfica, aunque no se refirió al episodio como abusivo; más bien, anota Enriquez, “lo consideraba como experiencia iniciática en la contemplación y el ambiguo placer de lo prohibido”.





Por supuesto que hay un recorrido por los libros que va publicando a lo largo de su vida, los rechazos y los elogios que le dirigen sus más cercanos (esos monstruitos), sus temas, sus variables, sus derivas: ahí están los niños y los viejos perversos, los sexos y los objetos que se transfunden o metamorfosean, las mujeres que enloquecen. Silvina Ocampo arrancó primero para el lado de la pintura, durante los años ‘20 pasó una temporada en París y tomó clases con maestros como Leger y De Chirico, y aunque luego se dedicaría más de lleno a escribir, nunca dejó de retratar a quienes le caían bien. Lo afectivo otra vez: la historia con Bioy es fuera de serie, de novela, de película. “Caséme con Adolfito”, decía el telegrama que Silvina mandó a dos de sus hermanas. Hay historias de entreveros amorosos que vibran ahora en lo mítico, que si la madre de Bioy fue amante de Silvina, que si una sobrina de ella, Genca, fue amante de ambos, los múltiples amoríos que él tuvo y se ocupó de ventilar, los rumores sobre los de ella, mucho más discreta. “The only thing I love, A.B.C. ‘the rest is lies”, escribió Silvina. Enriquez airea versiones, marca alguna contradicción, coteja con textos y declaraciones, y parece disfrutar de que no haya una versión definitiva: acaso como prefirió su retratada. Hay unas noches desesperadas de Silvina, que espera que él vuelva de sus correrías; después, unos días en los que ella, postrada, decide no hablarle más (pero sí a otros), y Adolfo ruega por sus palabras. Para entonces, en el departamento palaciego de la calle Posadas crecían las manchas de humedad y las cucarachas recorrían todos los ambientes, las antenas captando, resistentes. Llegó la despedida de los gatos en el cementerio de la Recoleta. Acá siguen sus libros, sus historias, su figura, capaces de echar raíces y flores, sombras, filos, espinas, para ser ella misma y para ser otra en algún otro libro, en éste que escribió Enriquez.

fuente: radar Pagina 12



miércoles, 24 de mayo de 2017

Una Historia Increíble.La historia detrás de una biblioteca clandestina española en el campo de exterminio nazi de Mauthausen María Lillo Para BBC Mundo, España

En medio del infierno de Mauthausen, unos libros robados se convirtieron en el único flotador al que agarrarse para los miles de deportados del nazismo.
En este centro de detención austríaco, donde murieron más de 100.000 personas de 26 nacionalidades, los internos organizaron grupos de resistencia para poder sobrevivir. Y los españoles fueron de los más activos.
La biblioteca clandestina fue idea de uno de ellos.
Pensó que leyendo podrían evadirse un poco del horror de las celdas de castigo, de los latigazos, de las duchas heladas y de los 186 escalones que tenían que subir 10 o 12 veces al día cargados con rocas de 20 kilos hasta lo alto de una cantera desde donde los oficiales de las SS nazi lanzaban a los reclusos al vacío.
"Mi padre siempre decía que leer te hace libre", le cuenta a BBC Mundo Llibert Tarragó, hijo del promotor de la biblioteca. Lleva años indagando sobre la historia de su padre Joan, un militante del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), de ideología comunista, que lucoan Tarragó fue uno de los más de medio millón de personas que cruzaron la frontera francesa tras la caída de Cataluña, en 1939, y, una vez en territorio galo, los internaron en campos de refugiados.

Estrategas del almacén y la cocina

Cuando comenzó la segunda Guerra Mundial, Tarragó se alistó en el ejército francés y lo enviaron al frente con otros miles de españoles exiliados.
"Fueron los primeros en ser capturados por los alemanes cuando los nazis invadieron Francia", señala Tarragó, al teléfono desde Barcelona.
El gobierno de Berlín, aliado de Francisco Franco en España, llamó a Madrid -cuenta Tarragó- para preguntar qué debían hacer con los reclusos. Y Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores, contestó con un simple: "Ya no son españoles". Los trasladaron a Mauthausen y les pusieron un triángulo azul, el color de los apátridas.hó en el bando republicano durante la guerra civil española.



Joan Tarragó llegó al campo en enero de 1940. Y en febrero del año siguiente fundó, junto a otros deportados, la red de resistencia española.
"Todos tenían claro que la única solución para resistir era la solidaridad", asegura su hijo. "Decían que eran compañeros de lucha y compañeros en el infierno".
En 1943, cuando trasladaron a los SS más duros al frente del este, la organización española encontró más "huecos". Por aquel entonces ya eran expertos estrategas en la lucha por la supervivencia. Controlaban el almacén, la enfermería y la cocina. Sustraían medicinas y alimentos que luego distribuían entre los presos.
"Trabajaban en cadena. Mi padre, que hacía de 'pinche' en la cocina de los oficiales, escondía los alimentos en el contenedor. Encima ponía papel y la basura de verdad. Luego, otro compañero los recogía", relata Llibert Tarragó.


Llegan los libros

A comienzos de 1943, empezaron a llegar franceses, italianos y rusos deportados de la resistencia a la ocupación nazi en sus países, narra Tarragó. Nada más llegar al campo, les quitaban todas sus pertenencias. Lo que era de valor se lo quedaban y lo que no les interesaba, lo incineraban.
Cuando los españoles que trabajaban en el almacén le dijeron a Joan Tarragó que había libros entre los enseres que acaban en la hoguera, le propuso a la cúpula de la resistencia rescatarlos y formar una pequeña biblioteca.
Así, Tarragó junto a un compañero, de apellido Picot y capaz de arreglar los libros que llegaban en mal estado, comenzó a reunir volúmenes y a esconderlos en un armario del barracón número 13.

La pequeña biblioteca clandestinafue creciendo. Recopilaron alrededor de 200 obras de autores como Émile Zola, Víctor Hugo o Fiódor Dostoievski.
Pero la que más éxito cosechó entre los presos, cuenta Tarragó, fue "La madre", de Maksim Gorki.
Un sobreviviente francés, de Córcega, le confesó a Llibert Tarragó que leer "La Cartuja de Parma" de Stendhal en Mauthausen había sido "un salvavidas".
"Me explicó con mucha emoción que cuando leía sentía que escapaba del campo. Le recordaba a su infancia", recuerda Tarragó, fundador de la asociación Triángulo Azul, que desde 2003 reúne documentos sobre la deportación española.
"Si los hubieran descubierto, les habrían dado una buena paliza", opina Tarragó.
Hace una pausa y luego añade: "O los habrían matado directamente. Convivían con ese miedo todos los días. Imagina lo que debía ser oler a carne humana quemada las 24 horas del día durante cuatro años y tres meses".


De los 7.189 españoles que entraron en el campo, solo 2.374 vivieron aquel momento. La mayoría estaba fichada como enemigos de la dictadura franquista y no pudieron volver a España hasta que murió Franco en 1976.
Ahora, a 70 años de su liberación, solo quedan 25.
Una vez libre, Joan Tarragó escribió a su mujer, que seguía viviendo en Cataluña. Después de que ella pasara clandestinamente la frontera, se reunieron en Andorra en 1946, tras ocho años de separación.
"Nueve meses más tarde nací yo", ríe Llibert Tarragó, a quien le pusieron el nombre por la palabra catalana Llibertat: en español, libertad.

Muchos de los sobrevivientes del campo encontraron sosiego en las páginas de los libros ocultos.








viernes, 12 de mayo de 2017

jagger interpreta a Turner, el personaje protagónico. Turner/Jagger lee en voz alta un pasaje del cuento “El sur”, de Borges, y alude también a “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. En una alucinación de Turner, además, aparece, nítido, el rostro de Borges-

Viernes gris para  una mirada fresca sobre el mundo Stone y el patriarca Jorge Luis.

Aca les posteo un hallazgo, el día que Mick Jagger leyó a Borges,





María Kodama repitió más de una vez la historia de un encuentro casual entre Jorge Luis Borges y Mick Jagger. . “Un día estábamos en el hotel Palace de Madrid, esperando a que vinieran a buscarnos para cenar, y de pronto lo veo a  Mick Jagger arrodillado,agarrándole la mano a Borges y le dice: ‘Maestro, yo he leído toda su obra, lo admiro’. Borges, un poco asombrado, no lo veía, dice: ‘¿Y usted quién es, señor?’. Y él responde: ‘Soy Mick Jagger’. Borges dice: ‘Ah, uno de los Rolling Stones’. Mick Jagger casi se desmaya y pregunta: ‘¿Cómo maestro, usted me conoce?’. Y Borges dice: ‘Sí, gracias a María’”. 

Ella le había contado a Borges que en en la película "Performance" aparece una foto de Borges y  que también aparece Jagger leyendo uno de sus libros. 

Sin embargo, en 1998, durante la segunda visita de la banda a la Argentina, Jagger desmintió que tal encuentro haya ocurrido. “No, no me encontré, veremos si es posible en este viaje”, dijo en la conferencia de prensa de los Stones, ante las señas desesperadas de la traductora Nora Koblinc.
Es que Jagger tenía leído a Borges, pero ignoraba que hubiese muerto en 1986. Luego agregó: “Es un fantástico escritor y sus libros eran muy populares en los 60 en Inglaterra. Lo he leído mucho y me hubiera encantado conocerlo, pero esto no sucedió
Una sola parte de la historia es indudablemente cierta: en la película “Performance”, de Nicholas Roeg (1970) jagger interpreta a Turner, el personaje protagónico. Turner/Jagger lee en voz alta un pasaje del cuento “El sur”, de Borges, y alude también a  “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. En una alucinación de Turner, además, aparece, nítido, el rostro de Borges- 
fUENTE: Bingbangnews



lunes, 8 de mayo de 2017

Mentes Brillantes, Salvador Benesdra, el Escritor que escribio la novela modernista mas importante de la literatura argentina junto a Adan Buenosayres de Marechal, un libro lleno de enigmas : El Traductor.

Nació en 1952 en Buenos Aires. Fue el hijo menor de una familia de clase alta dedicada al comercio de zapatos. De niño no habló hasta después de los 3 años -lo "normal" es más o menos antes del primero- y fue toda su infancia tartamudo. Cuando descubrió la lectura, también descubrió el insomnio prematuro: podía pasarse varias noches sin dormir para terminar sus libros. En la preadolescencia, luego de leer las obras completas de Lenin, inició su militancia en el Partido Obrero y a los 15 años convenció a su profesor de literatura de que se afiliara. Entre esa época y el comienzo de su carrera universitaria fue cuando estudió y aprendió los siete idiomas que hablaba con fluidez. Al momento de su muerte, estudiaba el octavo: japonés. Cursó la carrera de Psicología y la terminó en dos años. Durante la dictadura, se exilió en Francia con su pareja -Mirta Fabre-, y luego de que le extrajeron las glándulas paratiroides en una operación de rutina, tuvo su primer brote psicótico. En 1982 volvió a Buenos Aires y fue cuando empezó su carrera periodística en varios medios, como analista político y económico. Disfrutaba el periodismo y veía la redacción como un espacio para desarrollar el pensamiento. Con la profundización del modelo neoliberal menemista y su intensa actividad sindical, los brotes psicóticos volvieron con más frecuencia, siempre bajo la misma idea: una inminente invasión extraterrestre que pretendía robarse el Obelisco. 
Si Salvador Benesdra les parece un tipo raro, falta agregar que era un gran nadador, un excelente bailarín de salsa y
que escribió la novela modernista más importante de la literatura argentina, junto con el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. La novela se llama El traductor y es un largo texto autobiográfico que trata de dibujar o mapear -en el contexto de la caída del muro de Berlín- cómo es que funcionaba la mente de Salvador Benesdra ante los eventos de su realidad intelectualizada. Ricardo Zevi, el protagonista y álter ego de Benesdra, es una mente paranoide que lee los acontecimientos desde las propuestas teóricas de los autores que más resuenan en su formación humanista: filósofos, sociólogos, escritores, pedagogos. A su vez, se ve enredado en una historia de amor patológica con una evangelista salteña a la que convence de que abandone su religión. Así, la narración avanza sin tropiezos con una prosa barroca y magnética a lo largo de casi 700 páginas. Si el traductor -Ricardo Zevi- es Benesdra, entonces se ha de suponer que Turba, la editorial para la que trabaja, es la redacción del diario Página/12, donde Benesdra era redactor. El clima caótico de la flexibilización laboral y el mundillo del asambleísta asalariado es el apocalipsis generacional del libro. Un mundo en el que rápidamente lo que hasta hace un instante se consideraba nuevo ya es algo obsoleto, y una nueva categoría de novedad trae consigo una nueva idea de modernidad.
El traductor fue finalista del premio Planeta de 1995 (en 1994 ni había llegado a esas instancias). Benesdra insistió en un par de editoriales más y finalmente, luego de que le dijeron que no era un libro para el mercado, guardó el manuscrito en un cajón y empezó a escribir otra cosa. En 1996 su familia y amigos decidieron hacer una edición paga de la novela en Ediciones de la Flor; la tirada rápidamente se agotó y empezó el mito. 
En el año 2012, la editorial palermitana Eterna Cadencia reeditó este libro junto con otro inédito de Benesdra: El camino total. Un texto de autoayuda. Si leemos el subtítulo, que es "Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio", podemos pensar que está hablando, desde una zona no ficcional, de los mismos temas que El traductor. Bien, el libro es una compilación de técnicas, reflexiones y consejos para las personas con problemas depresivos. Movilizado por la rentabilidad de los libros de autoayuda, sus estudios en meditación, psicoterapia, genética, y por la acumulación de "brotes psicóticos", decidió escribir -mientras avanzaba con los primeros capítulos de El traductor - un libro que lo acompañara. Que hablara de sus procesos humanos más íntimos despojados de la construcción de autor que hay detrás de cada novela. Así es como debe leerse El camino total y así es como debe entenderse El traductor. Como un libro autoritario que necesitó de otro pequeño e intimista para consolidar su monstruosa autoridad. Dos libros que hablan de una personalidad dividida, extasiada, y a la vez preocupada, que ya no puede con lo que su cabeza le dicta. 
Salvador Benesdra presentía, tal como los epilépticos y demás enfermos neurológicos, la aproximación de una nueva crisis. Por eso es que el 1 de enero de 1996 abandonó la playa uruguaya en donde estaba descansando, escribiendo, para volver a su departamento de Barrio Norte. Hizo un llamado a la clínica psiquiátrica en la que solía internarse para que le reservaran un espacio, pero luego lo canceló. Salvador Benesdra saltó el 2 de enero del piso décimo de su departamento en la calle Solís, unos meses antes de que su novela fuera publicada. En una carta que dejó a su hermana decía que no se sentía mal, que estaba muy bien, que de hecho estaba demasiado bien. 
La apuesta editorial de Eterna Cadencia, al presentarnos estos dos volúmenes que componen lo que sería la obra completa de Benesdra, es la de mostrar no solo un libro de cualidades asombrosas, sino también la personalidad de cualidades asombrosas que escribió el libro

“Sabía que había otra vía. Sabía que existía todo un mundo diferente donde los actos no consultan a cada paso a los pensamientos para atreverse a ocurrir" 
Fragmento de" El Traductor"


Los mitos están hechos de exageraciones, deificaciones, de sucesos alocados que se cuentan con excitación y admiración, pero cuyo primer negativo encierra casi siempre un estómago apretado de angustia. El Turco era un genio: hablaba con fluidez seis idiomas y estaba aprendiendo ruso y japonés; tenía la capacidad de convencer “hasta a las paredes”; articuló en su novela de manera excepcional toda la vastedad de su cultura: Cambaceres, Sartre, Kafka, Hesse, Fogwill, Marx, Hegel, Piaget, Canetti, Saussure, Lacan, Chomsky, Freud, Lorenz y el estudio del amor y la agresión en los animales, Melanie Klein, Nietzsche, la relatividad y la cuántica, la entropía y la incertidumbre, Prigogine, Trotsky y Stalin, el fundamentalismo, Darwin y el neo evolucionismo y la filosofía zen. Sobre todos estos temas hay síntesis memorables en la novela. Pero también era un sufriente. La genialidad suele estar atada a la locura y muchas veces la locura se retrata pintoresca, pero en el fondo –dicen los que saben- se padece como un ancla que tira y pesa con fuerza y contra la que se lucha por mantenerse a flote toda la vida.
“Si no me comuniqué en todo este tiempo fue sencillamente porque estaba totalmente anulado, demasiado hecho mierda (…) pero con la conciencia clara de estar en otro mundo, en preocupaciones que nadie podía compartir porque no eran más que epifenómenos de mi locura. Estuve esperando los ovnis, comunicándome telepáticamente con los pájaros, desviando el agua de las fuentes y gobernando el curso de los autos en la calle. Y esto era cuando ya estaba bastante bien y sabía casi positivamente que nunca me iba a suicidar, cuando ya me conocía todos los paisajes de París a través de verdaderas cataratas de lágrimas”, tecleó Salvador en una carta que le escribió durante dos días a mi viejo desde una ‘chambre de bonne’ del Boulevard de Port Royal (7ème étage, droite).
En 1976, después de terminar la carrera de Psicología en la UBA (en tres años), viajó a París junto a su pareja a hacer un doctorado de epistemología genética en la École des Hautes Études en Sciences Sociales con Pierre Greco, un discípulo de Piaget.

Fuentes: Revista Brando 
               Luciana Mantero.