Los personajes que integran la familia de la colombiana Paola Gaviria (nacida en Ecuador) son mundanos y reconocibles; lo que sorprende es la crudeza con la que esta dibujante aprovecha su humor sutilísimo y melancólico para exhibir las pequeñas grandes mentiras que rodearon su crecimiento, educación y, finalmente, su salida al mundo, producto de la disolución de los primeros lazos afectivos. Virus tropical (La Editorial Común), la novela gráfica de Powerpaola que desde hace unos meses asoma por las librerías argentinas, es la deslumbrante carta de presentación de una artista sensible y elegante, capaz de retratar la infancia y la adolescencia de una mujer -ella misma- sin apelar al sentimentalismo ni a los clichés de las políticas de género. Con un trazo en el que conviven el costumbrismo estilizado y la pasión por los detalles, Virus tropical conmueve y entretiene, igual que Persépolis , de Marjane Satrapi, esa otra gran autobiografía a cuadritos con la que ciertamente se emparenta. "Lo único que busco es contar mi vida y materializar en un dibujo lo que me pasa -dice-. Ya me gustaría contar otras historias, sobre todo de ficción, ¡pero no puedo, no me sale!"
-Desde muy joven te dedicaste a viajar por el mundo: fuiste ayudante de cocina en Sydney, cuidaste ancianas en París y en otras ciudades trabajaste como modelo de dibujo en vivo. ¿Cómo llegaste a la novela gráfica?
-Desde que estudié Artes Plásticas, en Medellín, me interesé en el dibujo como herramienta autobiográfica. La verdad es que yo siempre dibujé, pero la historieta no es parte de mi formación.
-¿Cuándo empezó a serlo?
-En 2003, cuando obtuve una residencia para la Cité Internationale des Arts, en París. Una vecina vio mis dibujos y me dijo: "¡Tienes que leer cómics!". Pero como yo no tenía idea me prestó varios libros, algunos de Julie Doucet entre ellos. Cuando los leí, me di cuenta de que yo quería hacer eso mismo, es decir, contar historias de mi vida.
-¿Ahí te animaste?
-Poco después. Vivía en Sydney, porque a mi esposo le tocó hacer una maestría allá. Yo trabajaba como asistente en un restaurante y me sentía muy rara: por un lado, el inglés me costaba y pensaba que nunca iba a poder dedicarme al dibujo; por el otro, tenía mucho tiempo libre, ganaba buen dinero y conocía una ciudad extranjera. Así que armé un fanzine , subí algunas cosas a mi blog y se las mandé a varios amigos de distintos países. Mientras tanto, como con mi marido queríamos seguir viajando, llegamos a Buenos Aires. Y ahí me invitaron para formar parte del blog Historietas Reales.
-Tu trabajo relata la intimidad, sin pudores y de una forma muy transparente. ¿Crees que Virus tropical se inscribe en la narrativa del yo, tan característica de nuestra época?
-Claro que sí. Hoy todo el mundo es un poco público, y por eso lo autobiográfico tiene un nuevo sentido. A mí me parece que contar lo íntimo representa una buena oportunidad para mirar en detalle cosas divertidas de uno mismo y atreverse a contarlas desde un punto de vista novedoso.
Virus tropical demuestra que la frescura puede ser brutal. ¿Cuáles son tus límites?
-Yo creo que el escándalo y el drama. A mí no me gusta escandalizar; mi intención es crear un punto de vista personal y contar historias de mi vida, pero apostar a la crudeza no implica buscar el escándalo. Con el drama es lo mismo: contar las historias tal como son, o al menos como las recuerdo, no significa tener que agregarles drama.
-¿Qué te dieron las ciudades en las que viviste?
-¡Bueno! Ver el mundo de una manera ajena a la propia siempre enriquece. En mi caso, la cultura de cada ciudad me ha permitido observarme a mí misma de distintas maneras. Y como mi trabajo es autobiográfico, esa diversidad aparece en mi dibujo.
-Buenos Aires en particular, ¿qué te aportó?
-Creo que me sirvió para revalorizar el poder de la palabra. Aquí todo se basa en la conversación, siempre hay opiniones para los distintos temas. Digamos que se profundizan las cuestiones. En mi cultura no es así.
Virus tropical no es exclusivamente para mujeres, pero la mirada tiene un fuerte acento femenino. ¿Qué opinás de Maitena, que entre nosotros canonizó el retrato de la mujer en el cómic?
-Me gusta, claro, es interesante. Aunque de alguna manera ella explota el cliché de lo femenino, que en mi caso es algo que yo trato de evitar.
-¿Cuáles son las historietas que te atraen?
-Las que cuentan historias con humor, sensibilidad y sin drama. Del dibujo me gusta que me diga algo sobre la personalidad del artista. En ese estilo, creo que el cómic vive un momento muy creativo. Las pruebas son Persépolis , de Marjane Satrapi, y las historietas de la alemana Ulli Lust, la canadiense Julie Doucet y la israelí Noga Rauch, que me encantan e inspiran.
-¿Sentís que estamos ante una nueva era del cómic, ya muy distante de aquella en la que se lo consideraba puro entretenimiento?
-Por supuesto. Al menos desde Maus , de Art Spiegelman, quedó claro que la historieta no siempre es light . Al contrario, es un formato que permite explorar y profundizar las posibilidades del dibujo y de la narración. Los caminos son muchos.
La nACION