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martes, 21 de marzo de 2017

Un Libro sobre la New York acabada: A unos pocos kilómetros de Kingston se encuentra la emblemática localidad de Woodstock, a la que Sante dedica uno de los ensayos del libro. Le pregunto qué ha quedado de todo aquello. “Woodstock no nació con el festival. Hace un siglo ya era un importante centro de cultura bohemia. Antes de la Primera Guerra Mundial había allí varias editoriales independientes. Hay muchos momentos interesantes en la historia del lugar. Byrdcliff, la colonia de artistas sigue viva, igual que el Maverick Concert Hall, donde John Cage estrenó su célebre pieza 4’33”. Escuchada allí, se comprende que no tiene nada que ver con el silencio. Hoy Woodstock se ha convertido en el lugar del mundo donde más caro es el vacío. Está lleno de millonarios budistas que viven en espacios gigantescos en los que sólo hay una alfombra que cuesta una fortuna y un Buda del siglo XI. En cuanto al festival que congregó a medio millón de jóvenes rebeldes, representa el momento en que la sociedad de consumo le dio la puntilla al sueño de la revolución. Muchos acabaron al volante de un BMW”.

Sante evoca sus años de estudiante, las clases de poesía que impartía Kenneth Koch en Columbia Universiy, su amistad con Jim Jarmusch, con quien compartió piso, los antros en los que tocaba una jovencísima Patti Smith y a la que seguía de concierto en concierto, los primeros pasos de Robert Mapplethorpe, el Village de Dylan, los encuentros con su vecino, el poeta Allen Gingsberg. “Estábamos todos muy unidos, incluso los famosos eran gente muy cercana. Hoy eso sería imposible de reproducir”.
Habla con admiración de los escritos de Joseph Mitchell, el cronista del New Yorker, a quien llegó a tratar. Sus autores predilectos no son los que se suelen citar normalmente: “Una de mis novelas favoritas es The Lost Week End (1945), de Charles Jackson, una oscura historia de alcoholismo que Billy Wilder llevó a la pantalla. Me fascinan las novelas sobre Harlem de Chester Himes. La mejor es Un ciego con una pistola (1969). Los ensayos sobre Nueva York de otro escritor negro, James Baldwin, son soberbios."
Hay en los escritores que evoca una mezcla de magia y disidencia que también se da en los ensayos que integran Mata a tus ídolos. En ellos se evoca a pioneros de la fotografía, como Eugène Atget, Walker Evans, Robert Frank, o Pierre Mac Orlan. A propósito del último, Sante puntualiza: “Era amigo de Apollinaire. En un ensayo de 1929 habla de las cualidades ocultas de la fotografía, de la capacidad de este medio para hacer converger en el marco de un instante emociones visuales muy profundas. El fotógrafo no cuenta, el genio es la fotografía misma”. Ilustra sus palabras señalando dos poderosas instantáneas que hay en un rincón de su casa, una inundación y un incendio. “Son anónimas”, dice, sonriendo.

Hablando de blues y de jazz se le acumulan las anécdotas. Su bluesmanfavorito es Charlie Patton (1891-1934), “cuya persona encarna violentamente todas las contradicciones del género. Era un hombre elegantísimo, ministro evangélico, nómada y mujeriego. Tuvo cientos de amantes, y estuvo a punto de perder la vida a manos de un marido celoso. No ha habido nadie que toque el blues como lo hacía él”.

A unos pocos kilómetros de Kingston se encuentra la emblemática localidad de Woodstock, a la que Sante dedica uno de los ensayos del libro. Le pregunto qué ha quedado de todo aquello. “Woodstock no nació con el festival. Hace un siglo ya era un importante centro de cultura bohemia. Antes de la Primera Guerra Mundial había allí varias editoriales independientes. Hay muchos momentos interesantes en la historia del lugar. Byrdcliff, la colonia de artistas sigue viva, igual que el Maverick Concert Hall, donde John Cage estrenó su célebre pieza 4’33”.  Escuchada allí, se comprende que no tiene nada que ver con el silencio. Hoy Woodstock se ha convertido en el lugar del mundo donde más caro es el vacío. Está lleno de millonarios budistas que viven en espacios gigantescos en los que sólo hay una alfombra que cuesta una fortuna y un Buda del siglo XI. En cuanto al festival que congregó a medio millón de jóvenes rebeldes, representa el momento en que la sociedad de consumo le dio la puntilla al sueño de la revolución. Muchos acabaron al volante de un BMW”.
Fuente: El Pais

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