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martes, 13 de diciembre de 2016

1280 aLMAS, UN POLICIAL QUE TE VA A DAR iNSOMNIO EN LAS nOCHES DE VERANO, SU CREADOR jIM Thompsonel eslabón perdido entre la literatura popular y el avant-garde”.






Hoy les voy a postear unas reseñas del Blog " Un libro al día"y  la nota de Rodrigo Fresan ( Geniooooo) en el diario Pagina 12, de un libro que quebró el policial al estilo Chandler,o Hammet  
Jim Thompson se atreve a retratar en primera persona a un psicópata , que a la vez es sheriff corrupto y malévolo.




1.280 almas (Pop. 1280) es una de las novelas más célebres de Jim Thompson. Publicada en 1964, el título hace referencia al número de habitantes de un pequeño pueblo de un estado del que no se menciona el nombre ("los 1280 comprenden también a los negros, porque los leguleyos yanquis nos obligan a contarlos").





Nick Corey es el sheriff de Potts Country, un pequeño pueblo de un estado sureño de EE.UU.. De apariencia inofensiva y actitud holgazana, Nick esconde una inteligencia aguda que le ayuda a pergeñar sin descanso planes que le permitan ser reelegido frente a un contrincante sin trapos sucios y con principios, una vida privada en la que tiene relaciones con tres mujeres muy distintas, y un entorno racista, clasista, puritano e hipócrita. Sin embargo, cuando decide tomar atajos, la violencia no será un simple instrumento, sino una extensión de una manera de pensar y de sentir que considera inevitable en el entorno en el que le ha tocado vivir, revelándose como un psicópata muy alejado del tipo simple y anodino que pretende ser. Tampoco dudará en dejar que otros, inocentes o culpables de otros crímenes, carguen con las muertes que sus enmarañados manejos van dejando por el camino


1.280 almas" fue adaptada al cine en 1981 por Bertrand Tavernier con el título Coup de Torchon, si bien la acción se trasladó de EE.UU. al oeste de África colonial francesa.






Idioma original: español
Título original: Pop. 1280
Año de publicación: 1964
Traducción: Antonio Prometeo Moya
Valoración: muy recomendable

Vaya: sé que no es muy correcto empezar una reseña con una palabrota.

Pero: joder con el sheriff Nick Corey. Vaya sentido de la moral y de la ética y del deber y de la rectitud. Un tipo curioso, una especie de canalla con suerte al que todo le ha ido saliendo a pedir de boca. Triunfa donde va: comete crímenes amparado por su estrella de representante de la ley, de cuyas consecuencias se zafa. Va de cama en cama de toda mujer que se le antoja, siempre diferentes de Myra, aquella con la que está casado. Se las apaña para aparecer como un impecable ciudadano empeñado en ayudar a todo el mundo cuando no es más que un gañán de la peor calaña que no tiene el mínimo escrúpulo, el mínimo miramiento en llevarse por delante a quien se interponga entre él y sus planes estrafalarios. Bragueta y gatillo fáciles, este Nick Corey, a lo que le ayudan no solamente la extraña disposición de las mujeres que frecuentan su compañía sino la torpeza de sus sucesivos antagonistas, sean estos macarras, maridos que aparecen en el peor momento, testigos potencialmente incómodos. Él va despachando los asuntos mientras en su cabeza configura algo parecido a un plan maestro. 
Ah! No olvidemos su sacrificado día a día, el que Jim Thompson nos describe con una retranca que pone de relieve el enorme cachondeo que es 1280 almas. Que si siestas, cómodas pernoctas de ocho o diez horas para reponerse de duras jornadas laborales dedicadas al paseo y al retozo en catre ajeno. Que si desayunos sencillitos de tres platos y postre. 
Si Jim Thompson no retratara, entreverado en tanto sarcasmo, el panorama de una América rural, sucia, racista hasta la naúsea, primaria, lúgubre y precaria, cercana a lo real, uno cerraría el libro y diría a otra cosa mariposa. Pero no: todo ese atrezzo no es más que un excipiente para colocarnos amarga medicina, para que apreciemos lo moderna que suena esta novela que cumple medio siglo justo este año. Va, pónganle una cara medio célebre y dejenlo vagar por uno de esos cochambrosos parques repletos de caravanas. Quítenle dos grados de violencia y de frialdad y rianse como si fuera un personaje de My name is Earl. Reconozcámonos pasmados y hasta algo ruborizados por el desparpajo con el  que Thompson intercala mala catadura, tabús (el incesto, como en Hijo de la ira), y banaliza la violencia. Un enorme favor a hacernos: no encerrar a Thompson en el restringido mundo de la "novela negra". Salta las barreras, dejando un enorme reguero tras de sí. De hedor, por eso.









Entre el Dostoievski de Crimen y castigo y el Camus de El extranjero, el típico Homo-Thompson: un existencialista pulp que vaga por medianoches eternas y días calurosos donde abundan el incesto, las violaciones, el chantaje, las adicciones a casi todo, la codicia, el parricidio, la lujuria, las palizas a base de bolsas de naranjas y las ganas de vaciar un revólver paranoico hasta la última bala.









Por Rodrigo Fresán 

James Myers Thompson (Oklahoma, 1906-Hollywood, 1977) aseguraba que “hay treinta y dos maneras de escribir una historia, y yo he utilizado todas y cada una de ellas; pero sólo hay una trama posible: las cosas nunca son lo que parecen”.
Difícil comprobar lo de las treinta y dos maneras –Jim Thompson nunca se tomó el trabajo de enumerar cuáles eran– pero sí está perfectamente claro que las cosas nunca son lo que parecen en las novelas de Thompson. Es más, en ocasiones las cosas en las novelas de Jim Thompson ni siquiera parecen cosas, porque el curso que suelen trazar es aquel que suele partir de un hombre teniendo una idea (por lo general una mala idea) para llegar a ese punto sin retorno donde, sí, ya nada es como se pensaba que era. Y entonces las cosas se complican. Una y otra vez. Todas las veces que sean necesarias. Muchas veces. 
La reedición, por fin ordenada y en una sola editorial (la española Diagonal), de buena parte de la obra de Thompson –luego de haber sufrido la intermitente y desprolija atención de los editores, lo que obligaba a buscar a Thompson a lo largo y ancho de varios sellos y demasiados años– no descubrirá nada nuevo al adicto, pero sí le permitirá el reencuentro con clásicos de su memoria así como el hallazgo de varios Thompsons hasta ahora inéditos en castellano. El disparo de partida el pasado marzo –con el inevitable e imprescindible 1280 almas en tándem con el autobiográfico Aquí y ahora– que siguió en mayo con Heed the Thunder, funcionan como perfecto aperitivo de lo que vendrá y seguirá viniendo, a razón de cuatro o cinco títulos por año, hasta el 2007. Páginas secas con diálogos como latigazos en las que no sobra ni una palabra. Prosa medular y tramas donde todo lo que sube un poco acaba bajando demasiado: pocos escritores han demostrado mejor y con mayor contundencia la aguda ley de gravedad que rige el destino de los hombres. Así se lee una novela de Thompson casi con los ojos entrecerrados, con el libro como ineficaz escudo, resignados al hecho de que nunca falta mucho para que todo lo sólido se convierta en pulpa. 

Malos y buenos
Dashiell Hammett y Raymond Chandler revolucionan la figura del detective dentro del oscuro paisaje de la novela negra. Poco y nada cuesta poner a La llave de cristal del primero y a El largo adiós del segundo a la altura de El gran Gatsby de Fitzgerald como ficciones donde el crimen no es más que una excusa para asentar una ética y estética de la amistad masculina y de cómo comportarse cuando llega, inevitablemente, el crack-up de los buenos sentimientos. 
El territorio que explora Thompson –como el de sus colegas James M. Cain, Horace McCoy, David Goodis, Charles Williams y, por estos días, Andrew Vachss o Elmore Leonard– es diametralmente opuesto aunque perfectamente complementario. Lo que Hammett, Chandler y sus discípulos hacen por la figura del investigador privado en busca de una justicia pública más o menos imperfecta, Thompson lo traslada al estudio microscópico y obsesivo de la mentalidad asesina y fuera de la ley. 
Así, la hasta entonces heroica primera persona del singular muta a mirada subjetiva que de golpe obliga al lector a pensar como una aceitada máquina de fabricar muertos. En algún lugar entre el Dostoievski de Crimen y castigo y el Camus de El extranjero entra y sale el típico Homo-Thompson: un existencialista pulp que vaga por medianoches eternas y días calurosos donde abundan el incesto, las violaciones, el chantaje, las adicciones a casi todo, la codicia, el parricidio, la lujuria, las palizas a base de bolsas de naranjas y las ganas de vaciar un revólver paranoico hasta la última bala. Si cuando uno se lleva un caracol al oído puede oír el sonido del mar, cuanto se lleva una novela de Thompson a los ojos puede leer el ensordecedor estruendo de lo que sucede dentro de las cabezas deamericanos mucho pero mucho más psicópatas que aquel aprendiz yuppie de Bret Easton Ellis. 

Big Jim & Little Jim
Hay dos biografías atendibles de Jim Thompson: la muy buena Sleep with the Devil (1991) de Michael McCauley y la todavía mucho mejor Savage Art (1995) de Robert Polito, ganadora del premio Edgar y el del National Books Critics Circle. Una y otra cuentan una misma vida y diagnostican el síntoma con que esa no-ficción contamina las ficciones de Thompson y del modo en que la auto-mitificación –en libros como Bad Boy, Rough Neck y la casi gore y bestial y davidlynchiana La sangre de los King– acaba corrompiendo la textura de lo verdadero en pos de contar una historia no más interesante que la real. En el caso de Thompson los hechos no necesitan de adornos o mejoras para resultar dignos de ser perseguidos. Jim Thompson –mezcla de sangres escocesa y cherokee– nació en 1906 en Andarko, Oklahoma. Nada es casual: nace en una habitación ubicada exactamente sobre la cárcel del pueblo. Su padre, James Sherman Thompson –también conocido como Big Jim– era el sheriff de Andarko y el perfecto modelo para esos hombres de ley descarrilados de novelas como El asesino dentro de mí, 1280 almas y Ciudad violenta. Con este padre fuera de madre, Thompson tuvo una de las más curiosas relaciones dentro de la historia de la literatura cripto-autobiográfica: un sólido vínculo de amor-odio y admiración-desprecio, un bizarro complejo de Edipo. 
Big Jim hace todo mal: pierde elecciones para el Congreso, es acusado (con razón) de malversar fondos, la familia se ve obligada a dejar Andarko sin previo aviso. Más tarde, Big Jim dilapida una pequeña fortuna ganada durante el boom petrolero en Texas. 
El joven Thompson empieza a trabajar en lo que se puede –caddy en un club de golf, vendedor de plumas fuente– y a escribir y publicar en la revista Black Mask desde muy joven. La leyenda asegura que a los catorce, la realidad corrige y eleva esa edad hasta unos cuantos años más tarde. Da igual. El padre se burla de sus esfuerzos literarios: él es un hombre de acción y no de ficción. El hijo se promete matarlo por escrito apenas tenga la primera oportunidad. 
A principios de los años ‘20 Thompson consigue un puesto que marcará su literatura: botones en un hotel –el tan elegante como decadente Texas Hotel– durante el turno de noche con un sueldo de 15 dólares al mes. Pero además buenas propinas –hasta 300 dólares al mes– a cambio de satisfacer las necesidades non sanctas de la clientela entre la que se contaban gangsters de cierto renombre. Chicas fáciles y drogas difíciles de conseguir: Jim –rufián y dealer– estaba a su servicio para lo que ordenaran, y allí aprende mucho de lo que después pondrán en práctica los timadores de sus novelas. No pasa mucho tiempo antes que su doble vida –correcto estudiante en el politécnico durante el día y delictivo chico de los mandados por la noche– lo conviertan en un alcohólico precoz y en un dedicado cocainómano para aguantar subidas y bajadas. Vértigo que no demora en traducirse en un colapso nervioso, tuberculosis, larga estadía en hospital, dieta estricta, alucinado mono desintoxicante y –para compensar tantas prohibiciones– un mínimo de sesenta cigarrillos por día. Al salir del hospital, Little Jim descubre que Big Jim “había tomado prestado” todo el dinero de su cuenta bancaria. La vida es hermosa.

La pulpa de la vida
Para 1926 y con veinte años de edad, Thompson tiene perfectamente claro que el Sueño Americano no va a soñar nunca con él. Trabajos esporádicos en cualquier parte, la Depresión creciendo como una tormenta en el horizonte, ideales de izquierda, habitante de pueblos fantasmas construidos por mendigos con hojalata y cartón, alcohol casero y entradas y salidas del calabozo por alteración del orden público. Un matrimonio y un hijo (el primero de tres) y la necesidad de poner su ascopor escrito. Consigue un puesto en una revista sobre agricultura, se inscribe en un taller literario, ahorra dinero para enviar a su familia empujando camillas en una morgue. Y vende cuentos. 
A partir de los años ‘30, el norteamericano medio comienza a consumir con una voracidad casi insaciable cualquier cosa que tenga que ver con las luces y las sombras de la vida criminal: films de gangsters y novelas hard-boiled. Thompson lee a Hammett y piensa que él puede hacer bien eso. Pero diferente: libre flujo de conciencia, narración fragmentada, monólogos claustrofóbicos y prisioneros entre las paredes de un cerebro pensando en que no importa descubrir quién es el asesino sino por qué no todos son asesinos. Primero empieza –recluta a su madre y hermana para que lean todo lo que se publica sobre asesinatos y lo tengan al día– con reconstrucciones de asesinatos y crónicas rojas para True Crime. Se pasea por habitaciones con cadáveres todavía tibios, conversa con víctimas y victimarios, toma nota, recuerda todo y en más de una ocasión tiene que meterse en un baño para vomitar porque, hay que decirlo, a Thompson siempre le impresionó la sangre. Mucho.
Próxima parada: California. Allí –luego de afiliarse al Federal Writer’s Project y al Partido Comunista (lo dejará en 1938), luego de internar a su padre en un asilo para enfermos un poco locos (según Thompson, Big Jim muere luego de comerse el relleno de su colchón), y de no encontrar un puesto como guionista en la industria del cine– escribe sus dos primeros libros: los autobiográficos Aquí y ahora y Heed the Thunder. Buenas críticas, pocas ventas, y un paisaje más cercano a los de Erskine Caldwell, John Steinbeck y William Faulkner, con esas familias demenciales y esos sembradíos góticos y esos cambiantes puntos de vista. Y Thompson continúa bebiendo: úlceras sangrantes, otro colapso nervioso, deterioro general de su salud. Entra y sale del hospital unas veintisiete veces: como si fuera su casa.

El fugitivo
En 1949, su suerte cambia: Sólo un asesinato –su primera novela estrictamente criminal, en la contratapa aparece una foto de Thompson con su gato llamado Deadline– vende 750.000 ejemplares y es convocado por el editor Arnold Harno, quien buscaba dar forma a una colección de paperback originals: libros en formato rústica que se ubicaran a mitad de camino entre la basura pulp y el prestigio de las tapas duras. Thompson escribe doce títulos en dieciocho meses –septiembre de 1952 a marzo de 1954–, entre los que se cuentan varias de sus obras maestras: El asesino dentro de mí, Noche salvaje, Una chica de buen ver, After Dark My Sweet, The Nothing Man y Ciudad violenta. Cuando Arno decide descontinuar la colección, Thompson busca refugio en revistas especializadas como Ellery Queen’s Mystery Magazine y Alfred Hitchcock’s Mystery Magazine y encuentra un puesto como corrector de periódico. Las listas del senador Joe McCarthy le complican todavía un poco más una vida complicada. 
Una noche recibe una llamada de un joven director de cine nacido en el Bronx que se presenta como “Stanley Kubrick, su más grande fan”. De esta relación saldrán los brillantes guiones de Casta de malditos (1956) y Senderos de gloria (1957; las correcciones de Thompson no le gustaron al actor protagonista Kirk Douglas, quien obligó a que se utilizara la primera versión) así como varios conflictos legales sobre la autoría real. Se sabe que Kubrick no solía ser muy justo y sólo le reconoció a Thompson la contribución de “diálogos adicionales”. Desilusionado –perdió el juicio contra Kubrick, el episodio lo traumatizó al punto de jamás volver a escribir un guión salvo algún episodio suelto para las series “The Tales of Wells Fargo”, “Convoy”, “MacKenzie’s Raiders”, “Combat!” y “Dr. Kildare”–, Thompson vuelve a su máquina de escribir y produce una nueva tanda de clásicosinstantáneos: The Kill-Off (con su narración coral estilo Rashomon), La fuga, Los estafadores y la insuperable 1280 almas. 
A partir de 1960, su salud –aunque parezca imposible– empeora aún más, su hijo Michael también se dedica al fino arte de consumir botellas y, “perseguido por deudas de hospital”, Thompson escribe novelizaciones de policiales de televisión como “Ironside” y novelas desganadas donde el ocasional destello de genialidad se ve a menudo opacado por la autoparodia involuntaria. La adaptación al cine de La fuga –con Steve McQueen y Ali McGraw, dirigida por Sam Peckinpah– le da un breve respiro: Peckinpah lo contrata para trabajar en el guión pero no demora en suplantarlo por Walter Hill. Dick Richards lo llama para que aparezca en un breve cameo en su versión de 1975 de Adiós, muñeca de Raymond Chandler. Se lleva muy bien con Robert Mitchum. La fugaz pero noble aparición –en el papel de un juez sureño de nombre Baxter Grayle– le sirvió a Thompson para poder acceder a un seguro médico como actor. 
Se enferma de cataratas, ya no puede ni leer ni escribir. Sueña con escribir un guión junto a Orson Welles y ganarle un juicio a los responsables del film El golpe –con Paul Newman y Robert Redford– a quienes acusa de haber plagiado Los estafadores. Entonces decide morirse. Dieta rigurosa de alcohol y cigarrillos. Piensa en cuál de las treinta y dos maneras de terminar una historia es la que más le conviene. Se le ocurre una: Thompson se niega a ingerir cualquier tipo de alimento. Mucho menos el relleno de su colchón. Muestra los dientes cuando le acercan una cuchara, se arranca de los brazos los tubos del suero. El 7 de abril de 1977 se muere de hambre consumido por la rabia. Como tantos de sus personajes. 

El gran golpe 
Hoy la influencia de Thompson está en todas partes. No sólo en las novelas de James Ellroy o James Crumley o Scott Phillips, sino también –gracias a una prosa visual hasta lo encandilante– en películas de Scorsese, Tarantino, los hermanos Coen y en las más o menos nobles adaptaciones que se hicieron de sus libros. Los franceses –expertos en redescubrimientos del U.S.A. Pop– consagraron a Thompson como prócer literario. Y, suelen hacerlo, le cambiaron los títulos a sus obras, llegando a rebautizar a 1280 almas –vaya a saber uno por qué– como 1275 almas. Bertrand Tavernier se adelantó a Jean-Luc Godard y la filmó como Coup de Torchon y Alain Corneau dirigió al suicida Patrick Dewaere en Serie Noire, basada en Una mujer endiablada. Lejos de Francia, en la Madre Patria, Stephen Frears, Roger Donaldon, Michael Oblowitz, James Foley y Tom Cruise en su debut detrás de la cámara para la serie “Fallen Angels” –una especie de The Twilight Zone de la serie negra– buscaron y encontraron en Thompson esa rara cualidad que, según Luc Sante en The New York Review of Books, “lo convierte en el eslabón perdido entre la literatura popular y el avant-garde”. 
En 1984, el escritor Barry Gifford inició la reedición de sus libros para el sello Black Lizard Press y Stephen King –quien creara en su memoria un alias hard: Richard Bachman– explica que “sus novelas son aterradoras viñetas de dolor, hipocresía y desesperación. Lo que convierte los libros de Thompson en literatura es su disección clínica de la mente alienada, de la psique trastornada hasta que ésta se convierte en una bomba de nitrógeno”. 
Cuenta Robert Polito en su biografía que, justo antes del final, Thompson, acaso vislumbrando una próxima era dorada de asesinos seriales y psicópatas célebres, le lanzó la siguiente profecía a su mujer: “Espera tranquila. Voy a ser muy famoso una década después de muerto”. Al día siguiente de negarse a comer por última vez, Los Angeles Times olvidó imprimir su necrológica y muy poca gente fue al servicio fúnebre. En susermón, el reverendo R. S. Harris le atribuyó a Thompson la autoría de doscientos libros y un carácter siempre alegre y optimista.
El reverendo Harris estaba equivocado y Jim Thompson estaba en lo cierto. Las cosas nunca son lo que parecen. 

El autor agradece a la revista Rock de Lux 
la colaboración para esta nota.















Yoshimoto Nara, un ilustraDOR KAWAI o el encanto de lo adorable.

Yoshitomo Nara (奈良美智? Hirosaki1959) artista japonés contemporáneo.
Se licenció en Bellas Artes en la Universidad de Aichi en 1985, consiguiendo un máster en esta misma universidNara surgió del movimiento art pop japonés de los años 1990. Sus obras son, a la par, belicosas y sencillas e ingenuas, en ellas representa niños o animales que llevan armas y mantienen una mirada inquisitiva, pero para Nara, sus creaciones no son en absoluto agresivas.
Ha llegado a convertirse en artista de culto, sus obras naïves, bizarras, perversas o atrevidas intrigan por su simbolismo en la frialdad y la violencia. Se observan en ellas claras influencias del manga, los dibujos animados estadounidenses, el anime, el graffiti y el arte punk para amalgamar la inocencia y la malicia humana en productos que muchos enmarcan dentro del Japón de la posguerra. ad en 1987. Entre 1988 y 1993, estudió en la Kunstakademie Düsseldorf, en Düsseldorf.


Desde los años noventa, Yoshitomo Nara ha sido el representante del movimiento Pop japonés y su trabajo se ha movilizado de tal forma que Nara se ha convertido en un artista de culto. Ha exhibido su trabajo en las galerías y museos más importantes de Asia, Europa y EUA. 

“Pinto porque no puedo expresarme bien con las palabras. Lo intento de vez en cuando, pero después de hablar de ello lamento que estuvo mal planteado”.



Su trabajo ha sido vinculado con lo que en Japón se conoce como Kawaii, traducido al español como adorable. La cultura japonesa se encuentra impregnada de lo adorable, desde las actitudes y proporciones del anime y el manga, hasta el énfasis que se ha hecho a ciertas características de la personalidad, como la inocencia y el desamparo. Kirby, Picachú, Totoro, Los Ositos Cariñositos y Hello Kitty son algunos ejemplos. 






jueves, 8 de diciembre de 2016

Emma Zunz de Jorge Luis Borges. Una hisTORIA DE vENGANza, sexo y muerTE.

Emma Zunz es el título de un cuento escrito por el escritor argentino Jorge Luis Borges. Se publicó por vez primera en 1948, en la revista Sur, y un año más tarde se incluyó en el libro de relatos cortos El Aleph.




La historia se sitúa a comienzos del año 1922. Emma Zunz, trabajadora de una fábrica de tejidos, recibe una carta en la que se le comunica la muerte de su padre por sobredosis de barbitúricos. Conmocionada, la chica se propone vengarse de quien ella considera el verdadero culpable del suicidio de su padre: su actual jefe, Aarón Loewenthal. Seis años antes, siendo Loewenthal gerente de la fábrica, se produjo un desfalco del que se acusó al padre de Emma, el cajero Emmanuel Zunz; a resultas de aquel suceso, el señor Zunz tuvo que huir a Brasil mientras que el gerente pasó a ser copropietario de la compañía.
La noche de la noticia, Emma la pasa en vela concretando los detalles del plan. Deja transcurrir el día siguiente, en que se cita con sus amigas y finge normalidad, que en ella es rehuir la sola idea de relacionarse con hombres. Es dos días después cuando empieza a actuar: tras destruir la carta, único indicio que podría convertirla en sospechosa, llama por teléfono a Loewenthal para decirle que tiene información sobre la huelga que se está preparando entre la plantilla y que esa misma noche, aprovechando la oscuridad y que las instalaciones estarán desiertas, se pasará por el despacho para de






velarla.
Una vez concertada la entrevista, el siguiente paso es dejar en su cuerpo rastros de contacto sexual, y para ello merodea por los tugurios del puerto haciéndose pasar por prostituta; busca un marinero vulgar, que tenga que zarpar pronto y que no conozca el idioma:
«De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada (…). El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como esta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia.»
Mientras Emma consuma este acto de aparente sexo mercenario, no puede dejar de pensar en que «su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían»...
Tras asearse apresuradamente, toma un autobús y se dirige a la fábrica. Una vez allí, franquea la verja que el dueño ha dejado entornada y sortea al perro, que ahora está atado. Desde la ventana del piso superior donde reside, Loewenthal sigue atentamente la escena: está impaciente por escuchar el «informe confidencial» de la «obrera Zunz».
Durante la entrevista, fingiendo nerviosismo mientras revela los nombres de algunas compañeras, la supuesta delatora pide un vaso de agua. Loewenthal se ausenta unos segundos y Emma aprovecha para buscar en los cajones el famoso revólver del que todo el mundo en la fábrica ha oído hablar. Cuando el patrón vuelve al despacho, recibe tres disparos y muere.
Solo dos personas saben lo que ha sucedido, y una de ellas está muerta. Ante la policía, Emma Zunz declarará sin titubeos la versión que tantas veces había ensayado: «El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté…».
Aquí termina la narración de los hechos. Sin embargo, ante el lector, la credibilidad de la historia de la protagonista, y la del relato en sí mismo, queda en entredicho en el párrafo final, que enigmáticamente cuestiona «las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios».



Tanto la idea que inspiró el cuento como el impulso para llevarlo adelante se los dio a Borges la que entonces era su novia, Paradójicamente, el escritor siempre se mantuvo distante respecto al resultado final: en el epílogo de El aleph, él mismo tacha su ejecución de «temerosa»;1 y, según cuenta Adolfo Bioy Casares en sus diarios, llegó a confesar: «Si todas mis obras desaparecieran y solo quedara Emma Zunz, nada mío habría quedado».
En Emma Zunz el autor argentino se aleja significativamente de los temas y de la estructura narrativa habituales en él: «el mundo de las orillas, los cuentos de compadritos, de duelos, (...) la biblioteca infinita, el laberinto, la cábala»3 o el lunfardo, para adentrarse en una forma de contar más directa, aparentemente más ajustada a los cánones convencionales del cuento policíaco.


El boom literario de latinoamericana era uno de los movimientos artísticos más importantes porque fomenta la expansión y el desarrollo de literatura innovadora en los países latinoamericanos. Significó una renovación de crear y hacer literatura. Empezó en la segunda mitad del siglo XX  durante los 1960s.  Se enfoca usar nuevas técnicas narrativas como realismo mágico y lo real maravilloso. Uno de los precursores más influyentes del boom es Jorge Luis Borges. Uno de sus cuentos se llama Emma Zunz. En el cuento, Borges ­utiliza varias técnicas literarias y narrativas especificas para enfocar en el pensamiento psicológico de la protagonista y el lector.
Borges implementa el uso del paréntesis para explicar además y reiterar los pensamientos del protagonista. El cuento se narra en tercera persona omnisciente. La mayoría del cuento es descripción de las acciones y los pensamientos del protagonista. Hay solo dos frases de dialogo en el cuento y, aun así, son frases incompletas, al fin del cuento. Sus conflictos internos son manifiestos a través sus pensamientos y las descripciones. Todo de sus conflictos internos son escritos con tanto detalle y transmiten las emociones del protagonista al lector. En adición, hay algunas frases incompletos puestos en paréntesis que elabora más en los pensamientos del protagonista. Para ilustrar, el cuento declara “Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal.” Las palabras en los paréntesis añadan más perspicacia en los pensamientos del protagonista. También, muestra el significado de su padre para ella. Desde que era una niña hasta ahora, ella ha tenido una admiración por su padre y la frase y los paréntesis los muestran.  Otro ejemplo es, “Emma inició la acusación que había preparado (“He vengado a mi padre y no me podrán castigar…”), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender.”  Esto es la primera vez que dialogo aparece en el cuento y tiene dual-significado. Primero, Emma trata decirle a Loewenthal el motivo para matarlo. Segundo, da la audiencia información especifica sobre la interacción entre Emma y Loewenthal del noche. Aunque las frases en los paréntesis no son obligatorias para entender la historia corta, amplifique los detalles del protagonista al lector.
La ideas del multiperspectivismo presente en el cuento hacen la audiencia cuestionar la credibilidad del narrador. Es una táctica narrativa que era prevalente en mucha literatura durante el boom latinoamericano. Cree en la idea en que no hay una realidad fija porque varias percepciones crean la realidad.  La realidad consiste en la punta de vista y hay múltiples percepciones porque cada persona tiene una perspectiva diferente. Entonces, la realidad va a cambiar dependiendo de la punta de vista. Las percepciones que las personas tienen crean una realidad exterior. Esta técnica está manifestada en Emma Zunz. Borges crea un complejo con el uso del un narrador. El uso de un narrador difumina los limites entre realidad y ilusión en el cuento. Aunque el cuento describa las acciones y los pensamientos de Emma, el cuento está dicho por la punta de vista del narrador y , por eso, interpretamos la realidad según la mente del narrador.  En el cuento, después de Emma se enteró de la muerte de su padre, dice “¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde?” Insinúa que Emma tiene una perspectiva diferente del noche del narrador y, por eso, una realidad diferente de los eventos del narrador. La frase implica que los acontecimientos mencionados en el cuento no son reales a Emma porque ella rechaza y embrolla lo que pasó. Los eventos descritos en el cuento solo constituyen la realidad del narrador.
Borges también usa el multiperspectivismo para ­­­­muestra el cambio psicológico del protagonista.  El cuento termina con la frase, “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.” La ultima frase del cuento revela que el tiempo y las acciones no son hechos importantes pero la percepción de los eventos y los efectos emocionantes que evocan son importantes. Para ilustrar, en el cuento, el acto de prostitución es importante porque el efecto psicológico y emocional que lo tiene en el protagonista. La consecuencia era significativa porque, “Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra.” Emma culpa Lowenthal  por su duele y indignación que resulta del acto de venderse su cuerpo. Su motivo para matar Loewenthal para vengar la muerte su padre cambia a satisfacción personal para aliviar su  indignidad.
            La incorporación de preguntas en el cuento exige la atención del lector. Aunque solo dos preguntas en el cuento, incitan la mente de la audiencia y alientan los espectadores a pensar en las circunstancias y formar conclusiones. Por ejemplo, la primera pregunta es, “¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde?” Esta pregunta hace el leyente preguntarse en que como Emma percibe ser la realidad ya que ella se niega y confunde a los eventos específicos de esa noche particular.  Expresa:
¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo.






Jorge Luis Borges
(1899–1986)


Emma Zunz
(El Aleph (1949)

         El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguánuna carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto.
          Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto contínuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue asucuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería.
          En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día del suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal. Loewenthal, Aarón Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los dueños. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder.
          No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan. Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros. Había en la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y nadie esperó que Emma hablara. En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico... De vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir. Así, laborioso y trivial, pasó el viernes quince, la víspera.
          El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio de estar en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. Ningún otro hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acostó después de almorzar y recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó que la etapa final sería menos horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió; debajo del retrato de Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie podía haberla visto; la empezó a leer y la rompió.
          Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero más razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por la indiferente recova... Entró en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjärnan. De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman.
          ¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. Cuando se quedó sola, Emma no abrió en seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se incorporó y lo rompió como antes había roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día... El temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero Emma lentamente se levantó y procedió a vestirse. En el cuarto no quedaban colores vivos; el último crepúsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran; en la esquina subió a un Lacroze, que iba al oeste. Eligió, conforme a su plan, el asiento más delantero, para que no le vieran la cara. Quizá le confortó verificar, en el insípido trajín de las calles, que lo acaecido no había contaminado las cosas. Viajó por barrios decrecientes y opacos, viéndolos y olvidándolos en el acto, y se apeó en una de las bocacalles de Warnes. Pardójicamente su fatiga venía a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los pormenores de la aventura y le ocultaba el fondo y el fin.
          Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver. Había llorado con decoro, el año anterior, la inesperada muerte de su mujer - ¡una Gauss, que le trajo una buena dote! -, pero el dinero era su verdadera pasión. Con íntimo bochorno se sabía menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el informe confidencial de la obrera Zunz.
          La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal oiría antes de morir.
          Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron así.
          Ante Aarón Loeiventhal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampi-dos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma inició la acusación que había preparado (“He vengado a mi padre y no me podrán castigar...”), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender.
          Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván, desabrochó el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el fichero. Luego tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté...
          La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.



martes, 6 de diciembre de 2016

lunes, 5 de diciembre de 2016

Mujeres que quiSIEROn cambiar el Mundo. Olga Cossettini,junto a su hermana , también maestra Impulsaron una educación que convertían a los niños no solo en destinatarios, sino en protagonistas del aprendizaje. La educación era considerada como un hecho social y vivencial de los hombres. Rechazaban toda forma de discriminación, aceptando la diversidad, la pluralidad social, económica y política. Igualdad en la consideración a niños de las más diversas procedencias Convivencia del maestro con la comunidad lugareña; su domicilio en la cercanía de la escuela favorece los resultados del quehacer específico.




Olga Cossettini (San JorgeArgentina18 de agosto de 18971 - RosarioArgentina23 de mayo de 1987) fue una maestra y pedagoga argentina. Dedicó su vida, junto a su hermana Leticia, a transformar la escuela tradicional, la cual recurría al castigo como recurso pedagógico y era ajena a la realidad social. El Instituto de Educación Superior Nº28 de la ciudad de Rosario, y el ISFD N°54 de Florencio Varela, llevan su nombre.


Olga era hija de Alpina Bodello y Antonio Cossettini. Se recibió de maestra en Coronda en el año 1914.
Fue en 1930 siendo regente, junto a Amanda Arias, la Directora de la Escuela Normal “Domingo de Oro”, su hermana Leticia Cossettini y todo el cuerpo docente, inició la aplicación de los centros de interés y de la Escuela Serena.

La experiencia

"La experiencia" fue llamada Escuela Serena o Escuela Activa, nombre utilizado en la actualidad. La misma comenzó como una experiencia piloto en la Escuela Normal “Domingo de Oro”, ubicada en la ciudad de RafaelaProvincia de Santa Fe para luego concretarse -cuando Olga logró el cargo de Directora- en la Escuela Nº 69, Dr. Gabriel Carrasco, de la ciudad de Rosario situada en el corazón del barrio Alberdi, lugar ideal para las experiencias de las visitas al río, etc.

Últimos años

En 1986 recibió un reconocimiento de la Fundación Konex, como una de las más importantes maestras/docentes de la Argentina



La obra de las hermanas Cossettini, estuvo basada en las teorías y aportes de:
Éstos impulsaron una educación basada en los niños y niñas, convirtiéndolos en protagonistas del aprendizaje y no sólo los destinatarios.
Las diferencias principales con la escuela tradicional pueden resumirse en estos puntos:
  • Gran respeto por la personalidad infantil.
No sólo es preciso un sentimiento de amor al niño, sino también un detenido estudio biológico y psicológico de su individualidad.
  • Eliminación de las fronteras entre la escuela y la comunidad.
Se colocó a la educación como un hecho social que debe tener lugar en el entramado vivencial de los hombres.
  • Rechazo de toda forma de discriminación.
Igualdad en la consideración a niños de las más diversas procedencias y a los colegas, ratifica la aceptación de la pluralidad social, económica y política como substrato republicano.
  • Convivencia del maestro con la comunidad lugareña.
El domicilio del maestro en la cercanía de la escuela favorece los resultados del quehacer específico.



Sus libros


A principios de los años 1940, Benito Quinquela Martín visita la escuela pública Nº 69 Gabriel Carrasco de barrio Alberdi en Rosario, para dar a los alumnos una charla sobre la pinturaInvitado por su directora, Olga Cossettini.





Diferencias con la escuela tradicional
- Gran respeto por la personalidad infantil; se escuchaban sus
sugerencias como aportes para ser puestos en práctica.
- Amor al educando y en simultaneidad un profundo estudio biológico y psicológico de su individualidad.
- Eliminación de las fronteras entre la escuela y la comunidad.




The Cossettini experience







Por Beatriz Vignoli

El 1° y el 2 de septiembre de 1942, Olga Cossettini dictó dos conferencias en la sala central del Museo Municipal de Bellas Artes "Juan B. Castagnino" (Oroño y Avenida Pellegrini). Así, con este breve curso en dos clases titulado "Fundamentos sociales de la educación en los Estados Unidos", ella cumplía su contraprestación con la beca Guggenheim.
Desde 1937 el director del museo era Hilarión Hernández Larguía, arquitecto con Juan Manuel Newton del edificio actual, que estrenó con su gestión. Esta se alineaba con las novedosas ideas del ministro provincial de Instrucción Pública y Fomento, Juan Mantovani. En 1939, el Castagnino expuso una muestra de dibujos, acuarelas y trabajos prácticos de los alumnos de la Escuela Experimental "Dr. Gabriel Carrasco". En el marco de esa muestra, Olga el 24 de noviembre de ese año dio su conferencia "El niño y su expresión". A instancias de la Dirección Municipal de Cultura y del director del Museo Castagnino, el Ministerio de Instrucción Pública de Santa Fe se la publicó al año siguiente como libro, con prólogo de Mantovani y fotos de los trabajos de los alumnos de la escuela, de los que se expuso una selección en la Galería de Arte Infantil de Washington.
Nacida en 1898 en San Jorge (provincia de Santa Fe) y fallecida en Rosario en 1987 (ya fundado en la ciudad el Instituto de Educación Superior Nº 28 que lleva su nombre), Olga Cossettini se dedicó, junto a su hermana Leticia, a transformar la educación en una actividad protagonizada por los educandos. Recibida de maestra en Coronda en 1914, en 1930 Olga inició en la Escuela Normal "Domingo de Oro" (en la ciudad santafesina de Rafaela) la experiencia de la Escuela Serena que continuó en Alberdi. Recuperan este pasado las investigadoras Sabina Florio y Cynthia Blaconá, curadoras de una exposición sumamente amable que puede visitarse hasta fin de mes en la planta alta del Museo Castagnino. Desde agosto, El museo y la escuela. Legado de una experiencia local no para de albergar visitas guiadas y charlas. El día del maestro las historiadoras Paula Caldo y Sandra Fernández, autoras del libro El museo y la escuela (El ombú bonsai, Rosario, 2014) hablaron sobre el archivo pedagógico de Olga y Leticia Cossettini, que el Instituto Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación (Irice/Conicet/UNR) prestó para esta muestra.
El sillón de Leticia, que vivió centenaria hasta este siglo, recibe al público junto al escritorio que (en un texto bajo vidrio) saluda y cuenta su propia historia en primera persona, desde la Escuela Carrasco hasta la casa en Chiclana 345 que construyó Hilarión Hernández Larguía.
Las fotos de Leticia la muestran anciana y feliz, rodeada de alumnos; las huellas de Olga son contradictorias. Se la ve respetada por todo un elenco del poder cultural de su tiempo, y se nos da a leer la primera página de un ensayo mecanografiado suyo: "Pirámides de papel se han escrito sobre la mujer y sus condiciones de inteligencia (...) ¿Es inteligente la mujer? Y si lo es, ¿es menos inteligente que el hombre?". La muestra no escatima documentos enternecedores entre otros que explicitan los debates sobre el nuevo rol del arte en la educación. Junto a cartas de los artistas Eduardo Schiaffino, Ernesto de la Cárcova y Martín Malharro al presidente del Consejo Nacional de Educación, Dr. José María Ramos Mejía, se lee la crónica por un destacado autor de la época de un paseo al jardín zoológico junto a los alumnos de la escuela experimental, cuya obra también se expone y asombra tanto como entonces.
El 25 de septiembre a las 18 tendrá lugar la última visita guiada con las curadoras y la jornada concluirá con una charla, donde a partir de las 19 hablarán María Fernanda Foresi y Carina Cisámolo, profesoras ambas del IES Nº 28 "Olga Cossettini", sobre "El arte de incluir o la inclusión por el arte. El legado pedagógico de las hermanas Cossettini".