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sábado, 13 de agosto de 2016

Raúl Zurita, el Poeta que sabe decir.

Raúl Zurita 


 (Santiago10 de enero de 1950) es un poeta chilenoPremio Nacional de Literatura 2000.



Hijo de Raúl Armando Zurita Hinostroza y la italiana Ana Canessa Pessolo, el italiano fue prácticamente su primera lengua: su padre falleció a los 31 años, cuando el futuro poeta tenía solo dos años de edad y su hermana Ana María sólo tres meses, debido a esto su madre se hizo secretaria para sustentar a la familia, mientras que los niños quedaron al cuidado de su abuela Josefina, que le relataba distintos pasajes de La divina comedia. Fue así como el gran poema de Dante se convirtió en la primera obra literaria a través de la cual miró el mundo, emergiendo después "de distintos modos en las imágenes y temas que Raúl estaba destinado a escribir".1
Sobre su infancia y su madre, recuerda: «Mi mamá era una señora que llegó de Italia a los 15 años, que se casó y de repente se vio sola, con dos niños pequeños, con una madre, y debió salir a ganarse la vida como secretaria. La amenaza era siempre la miseria. El de mi infancia fue un mundo de mucha pobreza, pero de una pobreza no proletaria. Se suponía que teníamos unas casas en Iquique, heredadas de un bisabuelo naviero que las había comprado en los tiempos del salitre, pero cuando ellas llegaron el salitre se había ido al diablo y no valía nada. Era una pobreza ilustrada, y bien pobre. De pronto aparecía el italiano de la esquina cobrando lo que mi abuela había fiado en el almacén. Ella despreciaba Chile. Lo encontraba miserable. Los otros italianos que habían llegado se hacían ricos, mientras mi abuela los consideraba ordinarios. Mi papá murió a los 31 años. Estudió ingeniería y muy luego enfermó de pleuresía. Mi abuela se opuso terminantemente a que mi mamá se casara con él, porque era unuomo malato, un hombre enfermo. Y fue tal cual. Se murió tres años más tarde. Mi abuela enviudó dos días después».2
De su abuela Josefina, dice además: "Fue una persona absolutamente nostálgica de Italia. Siempre le pareció que el país al que había llegado era una miseria. Nunca aprendió a hablar bien castellano. Y la forma que tenía, yo creo, de luchar contra su nostalgia era hablarnos permanentemente de Italia, a mí y a mi hermana cuando éramos niños. Hablaba de sus músicos, de Verdi, de Miguel Ángel, de Da Vinci, pero el que más aparecía era Dante. Nos contaba cuentos, y esos cuentos siempre tenían que ver con La Divina Comedia. sobre todo del infierno que se sabía de memoria. Entonces, para mí, La Divina Comedia nunca ha sido algo intelectual, ha sido una cosa biográfica, de vida, porque yo amaba a mi abuela. Nunca me pude sacar ese libro de encima, y cuando comencé a escribir empezó a aparecer la voz de mi abuela contándome sus cuentos, sus historias de Francesca y Paolo de Rímini, del conde Ugolino".3
Zurita estudió en el Liceo Lastarria y posteriormente en la Universidad Técnica Federico Santa María de Valparaíso, donde se graduó de ingenierio civil en Estructuras. Fue en esa época de estudiante que ingresó en el Partido Comunista
Hacia el año 1970 compartió la bohemia literaria porteña con Juan Luis Martínez, Eduardo EmbrySergio Badilla Castillo y Juan Cameron, entre otros.
Zurita se casó a los 20 años con Miriam Martínez Holger (Artista Visual ) hermana de su poeta amigo Juan Luis; la pareja tuvo tres hijos: Iván (n. 1971, arquitecto), Sileba (1973, artista visual) y Gaspar (1974, cineasta que vive en París), Poco después el matrimonio se rompe.


El mayor poeta chileno vivo –si no fuera porque Nicanor Parra padece de una rara especie de inmortalidad– entra a un aula vacía con una delgada valija de hebillas, escolar. La clase tiene aspecto de anfiteatro y está ubicada en el barrio República de Santiago de Chile, en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Diego Portales, donde el poeta es profesor. En la valija de cuero hay lugar de sobra para papeles sueltos y es un puñado de páginas impresas las que saca Raúl Zurita para leer en voz alta. Un gran ventanal hace con la luz de la mañana el trabajo que le es requerido y la acústica empinada hace el resto. Zurita está ensayando junto a la banda de rock González y los Asistentes –con quienes “toca” hace unos seis años– para la lectura que hará esta semana en el CC Matta de Buenos Aires.
Escuchándolo en vivo, no sorprende que Chile perdure heroicamente como el único país en el que ser poeta tiene una relevancia mayor a la de ser novelista. Y una exigencia casi imprescindible para asumir ese rol es la destreza de leer en público. Con la facilidad que han demostrado los poetas chilenos –recordemos a Gabriela Mistral y Pablo Neruda– para birlarles el Nobel de Literatura a narradores de todas las latitudes, no debería sorprender que Zurita fuera el galardonado este año, o el próximo. Para ello, la potencia de sus líneas no necesita que la apuntale su temática violenta y oscura, propicia para un premio internacional, o los elogios que recibió del poeta estadounidense John Ashbery y Roberto Bolaño, que a su vez en Estrella distante no se privó de mofarse de sus escrituras en el cielo. Amigo de lo implícito y de la paradoja lacerante, ante las bromas Zurita recuerda: “Si no era por su visita a Chile, Borges ganaba el Nobel”. Y acto seguido se declara “argentófilo”: carnívoro, fanático de Buenos Aires, el tango, Edmundo Rivero, y la samba.
El golpe de Pinochet en 1973 sorprendió a Zurita camino a la universidad, y fue torturado desde esa misma mañana y durante casi un mes en un barco, junto a otros 800 detenidos. Años después, en 1979, publicaría su primer libro, Purgatorio , con el impulso cómplice del poeta Enrique Lihn. En 1982 lo siguió Anteparaíso y en 1985 Canto a su amor desaparecido . Tres libros bastaron para inscribir un nombre nuevo en el pródigo panteón de la poesía chilena. En el 2000, año de la publicación de El día más blanco, excepcional libro de horas pasadas, recibió el Premio Nacional de Literatura. Este año obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda.
Lector devoto del Popol Vuh , poeta animista, Zurita sabe arremolinar naturaleza y clima en una frase, en la intemperie de una línea que ruegue por la siguiente: “Hasta que finalmente no haya cielo sino Desierto/ de Atacama y todos veamos entonces nuestras/ propias pampas fosforescentes carajas/ encumbrándose en el horizonte”. Sus poemas asoman al modo de promontorios a punto de desmoronarse, pero su fragilidad es aparente y han demostrado ser inamovibles. El Parkinson que sufre Zurita sólo parece ser otro obstáculo para probar su fortaleza, que si es osada no es ostentosa, y es incluso risueña. En otra época enfrentó el infortunio público con furia. Ahora encara el infortunio personal con una sonrisa de gato que desaparece detrás de una barba tupida.
–¿Alguna vez pensó en un poeta con el que le hubiera gustado conversar y en qué le hubiera preguntado?
–Me habría gustado conversar con Neruda. Le habría hablado sobre esa parte de su obra, después de Canto General, que es completamente retórica. Era un genio totalmente instalado en el lenguaje, y eso era parte de su grandeza y parte de un palabrerío insoportable. Son las dimensiones que manejaba las que me apasionaban. Hay poemas como “Galope muerto” y “Alturas de Macchu Picchu” que si no hubiera existido un Neruda nunca se habrían dicho.

–Si tuviera que nombrar a un maestro, ¿le saldría rápido?
–Decir que uno está influido por La Divina Comedia es de una presunción infinita, pero su construcción simétrica a mí me trastornó. A mí me han importado cosas mínimas, como una frase de Bob Dylan, o algo de él que traduje mal.
–Da la impresión de que la realidad chilena se le impuso a usted de una manera que no le permitió ocuparse de influencias literarias.
–Creo que la gran lucha que tiene un poeta joven es lo que se llama hacer una voz propia. Leía a Borges, sus “Two English Poems”, y después me ponía a escribir y me salía igual. Leía “Residencia en la tierra” de Neruda y me salía igual. Todo me salía igualito a lo último que leía. Me podía engañar por media hora y después sobrevenían abismos de angustia. Hasta que escribí algo que me pareció que sí, que ahí estaba la famosa voz propia. Y me di cuenta de que no hay nada menos propio que la voz propia. Es una voz que está ocupada por todos menos por ti.
–La palabra “inenarrable” aparece con frecuencia en su obra, y no sólo con relación a la historia de Chile.
Lo inenarrable ocupa el lugar de los puntos suspensivos, y estos suelen ser atroces. Quieren cargarle al lector la emoción que el texto no crea. Uno lee: “Y siguió caminando…” y no pasó nada, pero con los puntos suspensivos adquiere una dimensión a lo Ingmar Bergman, ¿me entiendes?
La mitificación de Chile que monta su poesía es fantástica en varios sentidos, y deja la clara impresión de que no hubiera podido ser el mismo poeta en otra parte.
–Es imposible pensar en otras circunstancias. Qué hubiera sido si no hubiera habido golpe de Estado. Qué habría sido si hubiera sido argentino. Creo que hay algo, que no tiene que ver conmigo sino con esa entelequia que puede llamarse la poesía chilena. Tal vez con su comienzo, con Alonso de Ercilla y ese poema que decía “Chile fértil provincia… de remotas naciones respetada”, y el lugar no figuraba ni en el mapa. Un tipo imaginó un país, en el lugar más remoto del mundo, donde no había nada. Siempre he creído que lo que se llama la poesía chilena son estos intentos más o menos colosales por disimular la mentira original de Ercilla. Nunca me he imaginado que la poesía chilena podía darse en la Argentina. La pampa es un fundamento sólido, y eso es para la novela, el ensayo, para un Borges, porque parte de bases sólidas, mientras que este territorio se desmembra, se parte en mil cosas, la cordillera se hunde en el Pacífico. Son sensaciones de profunda inestabilidad física.
El territorio chileno es de una fragilidad casi ontológica, que viene desde que un niño ve su mapa en la escuela. Esta franja es prácticamente un milagro de la naturaleza.
–Sus líneas avanzan como con una técnica de permutaciones, de sustantivos potentes que van rotando –témpano, rompiente, acantilado, etc.– y crean una poesía que es, por decirlo así, una fuerza más de la naturaleza.
–Lo que más me importa, por lo menos en lo que trato de hacer, es la fuerza, que tenga fuerza. Es lo que me importa, no digo que yo sea el modelo de eso que me importa. No me siento el modelo de las cosas que admiro. Para mí la naturaleza no está detenida, se me impone como torrentes. Y entonces he pensado: ¿dónde limita uno?, ¿llego hasta donde alcanza mi piel o hasta donde llega mi mirada?, ¿dónde termino yo y dónde comienza el paisaje?
–Además de la musicalidad que va encontrando con esas palabras que martillan, también hay una insistencia en ciertos nombres, el suyo, Zurita, y Chile, Andes, Atacama... como si quisiera obligarlos a ser musicales.
–Para mí tiene que haber un lugar. El que lee tiene que ver el poema y saber que está refiriéndose a algo, y ver la tensión entre eso que existe –el océano Pacífico– y el océano Pacífico que muestro. Hay algo que no soporto y es la poesía abstracta, que en el fondo apela a profundidades que no están en ninguna parte. El desierto es el desierto de Atacama. La cordillera es la cordillera de los Andes.
–Cuando está trabajando en un poema, ¿le da importancia a los accidentes fortuitos, propios de la composición?
–Depende qué se entienda por fortuitos. De pronto me encuentro con una canción, como la de Leonard Cohen, “Dance me to the end of love”, y eso me mató, me liquidó. Esas cosas me pueden pasar y me pasan, y creo que si no me hubieran pasado no habría escrito una puta línea.
–¿Le parece que sus frecuentes lecturas públicas pudieron haber modificado en usted la idea de lo que es un verso aceptable o un verso malo?
–No. Yo leo solamente aquello con lo que soy capaz de colocarme en el momento en que lo estaba escribiendo. Lo que leo está fundamentalmente guiado por eso. No altero ni preparo un poema para ser leído.
–¿Presiente que alguien embelesado ante la potencia de sus lecturas públicas puede llegar a creer que no es necesario pasar por la página?
–Entiendo, pero creo que es muy fácil saber cuándo una forma es declamatoria y está para surtir ese efecto, y cuándo una cosa viene de capas más profundas. A lo declamatorio lo detesto. Por eso no me gusta cómo leen poesía los actores, que son declamatorios e impostan sentimientos, a no ser Richard Burton o Gassman. En cambio, en la lectura en voz alta de la poesía tú puedes hacer cualquier cosa menos impostar. Si no te pasa nada con lo que estás leyendo, el asunto se jodió.
–A propósito, ¿cuán bien cree que conoce su trabajo?
–Las cosas más profundas no las conozco. Entre paréntesis, creo que el lenguaje es más inconsciente que consciente. La escritura es como el escenario de una lucha entre lo que tú quieres decir con la lengua y lo que la lengua quiere decir a través tuyo. Y creo que si se impone la voluntad del autor por sobre la voluntad de la lengua generalmente es un fracaso.
–Su estilo estuvo allí desde el principio y es de una notable fidelidad a sí mismo. ¿Sospecha que hubo alguna lectura que lo sacudió, que causó efectos en su escritura?
–No fue ninguno de los poetas denominados poetas. Fue Bob Dylan, y ha sido profundamente la música popular. La música boliviana por ejemplo, que es de una hondura, una desnudez de sentimientos, que me trastorna. La canción folclórica que nace como del momento en que se despega la lengua, el castellano, ese momento de quiebre.
–Ahora que habla de trastorno, usted se ha dejado perturbar por la traducción, ha encarado Hamlet y la Divina Comedia. ¿Es un trabajo que, por decirlo de alguna manera, hace para quebrar algo dentro suyo?
–Con Hamlet nunca entendía por qué decían que era tan extraordinario hasta que me pidieron que lo tradujera y ahí entendí su dimensión. Borges se reía de la traducción de Mitre de la Divina Comedia, pero no es para nada mala. Por mi parte, estoy en el final del Infierno pero esa traducción la tengo más o menos parada.
–Hablando del infierno, ¿le sigue diciendo algo la palabra “Pinochet”?
–Sí, desgraciadamente sí. Pinochet es el criminal que fue, tan criminal como otros, pero tiene un carácter simbólico, y eso es tal vez lo que lo particulariza. Creo que él fue el dictador de derecha más famoso de la segunda mitad del siglo XX. Una vez me pasó algo que no deja de ser significativo. Estaba en una universidad norteamericana y me presentan: “y fue encarcelado y torturado bajo el régimen del dictador argentino Augusto Pinochet”. Y me vinieron ganas de decir: pero no, es nuestro dictador, lo sufrimos nosotros. Está bien que la Argentina tenga el tango, Borges, el fútbol, pero Pinochet es nuestro. Tremendo.
–Al final de cuentas, Zurita, ¿cuál es la pregunta que más se hizo como poeta?
–La pregunta por los límites, los de tu pensamiento. Es decir, qué será aquello absolutamente impensable para lo cual ni siquiera tenemos una pregunta.
–Y hoy, ¿qué tipo de satisfacción le procuraría ver una retrospectiva de su obra?
–Todos los padecimientos se justifican por esa alegría infinita de haber hecho algo que crees que funciona, de haber juntado dos cosas que no estaban juntas. Pero una retrospectiva tiene una doble cara: es probable que muestre que has ganado prestigio pero que has perdido la vida. Alguna vez la vida y la obra se juntan y será seguramente en el último instante, el último segundo.

Fuente:

MATIAS SERRA BRADFORD


para revista Ñ






Poemas





Allá va la que fue mi amor, qué más podría decirle
si ya ni mis gemidos conmueven
a la que ayer arrastraba su espalda por las piedras.
Pero hasta las cenizas recuerdan cuando no era
nadie y aún están los muros contra los que llorando
aplastaba su cara mientras al verla
la gente se decía “Vámonos por otro lado”
y hacían un recodo sólo para no pasar cerca de ella
pero yo reparé en ti,
sólo yo me compadecí de esos harapos
y te limpié las llagas y te tapé, contigo hice agua
de las piedras para que nos laváramos
y el mismo cielo fue una fiesta cuando te regalé
los vestidos más lindos para que la gente te respetara.
Ahora caminas por las calles como si nada de esto
hubiese en verdad sucedido
ofreciéndote al primero que pase
Pero yo no me olvido
de cuando hacían un recodo para no verte
y aun tiemblo de ira ante quienes riendo te decían
ponte de espalda y tu espalda se hacía un camino
por donde pasaba la gente
Pero porque tampoco me olvido del color del pasto
cuando me querías ni del azul
del cielo acompañando tu vestido nuevo
perdonaré tus devaneos
Apartaré de ti mi rabia y rencor
y si te encuentro nuevamente, en ti me iré amando
incluso a tus malditos cabrones.
Cuando vuelvas a quererme
y arrepentida los recuerdos se te hayan hecho ácido
deshaciendo las cadenas de tu cuello
y corras emocionada a abrazarme
y Chile se ilumine y los pastos relumbren.




X
Yo sé que tú vives
yo sé ahora que tú vives y que tocada de luz
ya no entrará más en ti ni el asesino ni el tirano
ni volverán a quemarse los pastos sobre Chile
Abandonen entonces las cárceles
abandonen los manicomios y los cuarteles
que los gusanos abandonen la carroña
y los torturadores la mesa de los torturados
que abandone el Sol los planetas que lo circundan
para que sólo de amor hable todo el universo
Que solo de amor hablen hasta los orines y las heces
porque está de novia la vista
y de casamentero el oído
porque volvieron a reverdecer los campos
y ella está ahora frente a mí
Griten entonces porque yo sé que tú vives
y por este Idilio se encuentra los perdidos y los desolados
(De Anteparaíso)
Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos,
habituadas a seguir siempre las tuyas, sienten
en la obscuridad que descendemos. Han cortado
todos los puentes y las cordilleras se hunden,
el Pacífico se hunde, y sus restos caen ante
nosotros como caen los restos de nuestro
corazón. Frente a la muerte alguien nos ha
hablado de la resurrección. ¿significa eso que
tus ojos vaciados verán? ¿Que mis yemas
continuarán palpando las tuyas? Mis dedos
tocan en la obscuridad tus dedos y descienden
como ahora han descendido las cumbres, el mar
como desciende nuestro amor muerto, nuestras
miradas muertas, como estas palabras muertas.
como un campo de margaritas que se doblan
te palpo, te toco, y mis manos buscan en la
oscuridad la piel de nieve con que quizás
reviviremos. Pero no, descendidas, de las
cumbres de Los Andes sólo quedan las huellas
de estas palabras, de estas páginas muertas, de
un campo largo y muerto de flores donde las
cordilleras como mortajas blancas, con
nosotros debajo y todavía abrazados se hunde.
(De INRI)
El Pacífico se desprende de la línea de la
costa y cae. Fue primero la cordillera y ahora
es el mar que cae. Desde la costa hasta el
horizonte cae. En una tierra enemiga es cosa
común que los cuerpos caigan, que el mar se
desprenda de la costa y caiga como las
margaritas que gimen escuchando a las
cordilleras hundirse donde el amor, donde tal
vez el amor Zurita gime llorando porque en
una tierra enemiga es cosa común que el
océano Pacífico se derrumbe boca abajo
como un torso roto sobre las piedras.
(De INRI)
Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos
buscan las tuyas porque si yo te amo y tú
me amas, tal vez no todo esté perdido. Las
montañas duermen abajo y quizás las
margaritas enciendan el campo de flores
blancas. Un campo donde Los Andes y el
Pacífico abrazados en el fondo de la tierra
muerta despierten y sean como un horizonte
de flores nuestros ojos ciegos emergiendo
en la nueva primavera, ¿Será? ¿Será así? las
margaritas continúan doblándose sobre el mar
difunto, sobre las grandes cumbres difuntas y
en la oscuridad, como dos envanecidas pieles
que se buscan, mis dedos palpan a tientas los
tuyos porque si yo te toco y tú me tocas tal
vez no todo esté perdido y, todavía, podamos
adivinar algo del amor. De todos los amores
muertos que fuimos y de un campo de flores
que crecerá cuando nuestras mortajas blancas,
cuando nuestras mortajas de nieve de todas
las montañas hundidas nos besen boca abajo y
nos vuelvan para arriba las erizadas pestañas.
(De INRI)
Y ya casi amanece y no puedo parar
de llorar; de llorar primero por ti
que te enamoraste de un viejo con
Parkinson, y después llorar por
las que me tomaron de los brazos
para que no me fuera y yo también
lloraba como cuando niño pero igual
me fui viejo culeado que ni siquiera
tuviste las bolas de matarte y siempre
optaste por ti egoísta de mierda viejo
conchadetumadre paloma arrancá,
arrancá palomitay que no te conviene.
(De Países Muertos)
Y ya casi amanece y siento mis
lágrimas correr por mi cara y son
como cuchillos cartoneros las
lágrimas cortándome la cara. Me
hiero y me desangro y mi sangre
está repartida por todos partes
como si me carnearan. Sobre todas
las cosas, en todas las cosas y yo
no puedo, no tengo corazón, no
tengo fuerzas, no tengo valentía.
No es nada ¿sabes?
Duerme
entonces niño, que el mar duerma,
que la inmensa desventura duerma.




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