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jueves, 22 de septiembre de 2016

Daniel Moyano. El obrero de la Letra.

Daniel Moyano (Buenos Aires, 6 de octubre de 1930 - Madrid1992) fue un escritor argentino Pasó su infancia en la ciudad de Córdoba y luego se radicó en la provincia de La Rioja donde ejerció como profesor de música e integró el Cuarteto de Cuerdas de la Dirección de Cultura de esa provincia. Aquí formó su familia y escribió gran parte de su obra literaria. Durante la última dictadura militar argentina fue encarcelado en La Rioja en 1976. Una vez liberado, se exilió en España, donde vivió hasta su muerte el 1º de Julio de 1992. Allí fue obrero en una fábrica de maquetación y, posteriormente, ejerció la crítica literaria para el diario El Mundo.



El escritor nació el 6 de octubre de 1930, en Buenos Aires. En 1934 su familia se traslada a las sierras cordobesas. En 1937, luego del fallecimiento de su madre, viaja a la ciudad de Córdoba, en dónde cursará sus estudios y trabajará de albañil. "Después de vivir con mis abuelos pasé de tío en tío. Mi padre desapareció. Reapareció años después. Todos los tíos me dieron material para los cuentos... Pasé un tiempo en un reformatorio, y mi hermana en un colegio de monjas, donde nos colocó un tío".1
En 1947 ingresa en el servicio militar obligatorio. "Cuando me tuve que enrolar en Córdoba, no tenía documento. Mi padre le había dicho a mi madre: ‘Hay que hacer los trámites para anotarlo a Daniel’, pero mi mamá dijo: ‘Daniel está anotado en el cielo, qué me importan los papeles’. Estoy anotado en el cielo, con el pastor, pero no en la tierra. Escribimos a Buenos Aires y nos dijeron que viajáramos. No fui a Buenos Aires, costaba un dineral. Un juez en Córdoba me dijo: ‘Venite con dos testigos falsos, decí que naciste en Córdoba un año antes, y entonces te enrolamos y no te cobramos’. Me enrolé a los diecisiete e hice el servicio a los diecinueve. En los papeles figuro nacido en Córdoba, el 6 de octubre del ‘29. Nací en Buenos Aires el 6 de octubre del ‘30. Mis testigos falsos fueron un violinista gallego y un ave negra de esas que andan en los tribunales, que dijo: ‘Yo me ocupé, Sr. Juez, de los servicios de obstetricia’. El violinista dijo: ‘Pues mire, yo he estado ahí sentado, leyendo una partitura y me puse a tocar el violín, y me dijeron: ¡Ha sido un varón!’"1
En 1957 su libro de cuentos "Artistas de variedades" gana el concurso organizado por la Editorial Assandri, de Córdoba. En 1959 viaja a la provincia de La Rioja. Allí trabajará para el diario "El Independiente" e iniciará su carrera de periodista. En 1960 la editorial Assandri publica su libro de cuentos "Artistas de variedades". Comienza a trabajar como corresponsal del diario Clarín en La Rioja. Es violinista del Cuarteto de Cuerdas y Orquesta de Cámara, y profesor en el Conservatorio Provincial de Música. En 1963 aparece, en Buenos Aires, su libro de cuentos "El rescate", publicado por Burnichón Editor (reeditado en 2005 por Interzona Editora). En 1964 se publica su libro de cuentos "La lombriz", con prólogo de Augusto Roa Bastos (Nueve 64 Editora). En 1966 la editorial Sudamericana, de Buenos Aires, publica su novela "Una luz muy lejana". En 1967 se publican, en Buenos Aires, sus libros de cuentos "El monstruo y otros cuentos" (Centro Editor de América Latina) y "El fuego interrumpido" (Sudamericana). Recibe el Premio de Novela Primera Plana por su novela "El oscuro", que Sudamericana publica al año siguiente. En 1969 trabaja como colaborador para la Revista Primera Plana. En 1970 en Caracas, Venezuela, se publica su libro de relatos "Mi música es para esta gente" (Monte Ávila Editores). En 1974 se publican, en Buenos Aires, su libro de cuentos "El estuche del cocodrilo" (Ediciones del Sol) y su novela "El trino del diablo" (Sudamericana).
En 1976 Un día después de producirse el Golpe de Estado, el 25 de marzo, es detenido en su casa de La Rioja por las Fuerzas Armadas. Luego de quedar en libertad se exilia definitivamente en España. Allí fue obrero en una fábrica de maquetas para poder subsistir. "El día del golpe de 1976 yo estaba en Córdoba, intentando inscribirme en la Facultad de Filosofía, porque se me había ocurrido estudiar. Cuando regresé a La Rioja había controles como si fuera una ciudad ocupada. Llegué a casa... Me dijeron que habían detenido a casi todos los intelectuales. Muchos eran del diario El Independiente. Además estaba detenido Ramón Eloy López, un poeta, un sacerdote, uno de los tres miembros del Partido Comunista, algunos de la JP y el arquitecto que proyectó la cárcel. Lo metieron en la celda de castigo. Esa noche dormí en casa, sabía que me podían detener. Había sido amenazado por la Triple A, y por LV14, la emisora local. Una locutora estaba leyendo un capítulo por día de ‘El trino del diablo’ y le dijeron que si seguía leyendo iban a volar la radio. Me amenazaron a mí, recurrí al gobernador, Carlos Menem y me había puesto custodia policial en casa. Me levanté temprano, estaba preparando mi ingreso a la Facultad con ese placer de entrar por primera vez a esas disciplinas. Abrí un libro y vi que se detenía un auto: eran cuatro, tres caminaron despacio hacia casa. Mi hija María Inés, de siete años, dormía. Mi hijo Ricardo, que tenía catorce, estaba levantado junto a dos hijos de una familia amiga, y estaba mi mujer. Me apresuré a abrirles la puerta antes de que la derribaran. Era el 25. Pregunté si me podía cambiar de ropa. Dijeron, ‘Sí, pero pronto’, y me acompañaron al dormitorio. ‘¿Llevo documentos?’ ‘No los va a necesitar’, dijo uno. Eso me asustó. Pero no tuve tiempo de tener miedo. Quedé incapaz de reaccionar porque eso era insólito. Yo era periodista, además de escritor, trabajaba para Clarín, y músico y plomero. Me llevaron de casa al cuartel, en silencio. Estaba cerca. Al cuartel entré a los empujones. En un salón enorme estaba media La Rioja de pie, contra la pared (no nos dejaban sentar), con un colchón al lado. (...) Me enteré de que mis libros los secuestraron de la librería Riojana y los quemaron en el cuartel, junto con los de Cortázar y Neruda. Qué honor. Bajé siete kilos en doce días: hacía gimnasia a escondidas. Cuando me dijeron que podía abandonar la provincia, me fui a Buenos Aires, gestioné mi pasaporte, volví a La Rioja y en una semana levanté mi casa. El 24 de mayo de 1976, tomamos el ‘Cristóforo Colombo’, y el 8 de junio comenzó el exilio en Barcelona,"1
En 1981, en Madrid, la editorial Legasa publica su novela "El vuelo del tigre". En 1982 el Centro Editor de América Latina, de Buenos Aires, publica su libro "La espera y otros cuentos", con selección y prólogo de Ana María Amar Sánchez. En 1983, en Buenos Aires, la editorial Legasa publica la novela "Libro de navíos y borrascas". En 1984 recibe el Premio Konex Diploma al Mérito en la categoría "Cuento: primera obra publicada después de 1950". En 1985 obtiene, en París, el Premio Juan Rulfo por el cuento "Relato del halcón verde y la flauta maravillosa". En 1989 la editorial Alfaguara de Madrid, publica su novela "Tres golpes de timbal". En 1990 recibe el Premio Boris Vian por "Tres golpes de timbal". Para entonces trabaja como crítico literario para el diario madrileño "El Mundo".
El 1º de julio de 1992 muere en España.
En 1999, KRK ediciones publica, en Oviedo, su libro de relatos Un silencio de corchea. En 2005 La editorial Gárgola, de Buenos Aires, publica póstumamente su novela Dónde estás con tus ojos celestes. Tiene calle dedicada en Oviedo.









Daniel Moyano: Libro de navíos y borrascas.
Gárgola, 2006. Novela.
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Ser músico fue una experiencia decisiva para su destino de escritor. Si damos un vistazo a la bibliografía de Daniel Moyano, encontraremos que muchas de las creaciones guardan desde sus nombres un vínculo inmediato con la música o su lenguaje. Tres golpes de timbalEl trino del diabloDónde estás con tus ojos celestes (nombre que nos conecta a una canción célebre), Un silencio de corcheajustifican un pasado de violinista desde la perspectiva de quien supo sobrellevar el desplazamiento vocacional para edificar, con la escritura, una obra multifacética, original y plena de ambición y riesgo. Su cerebro de escritor pensaba como músico, más precisamente como un compositor de música. En el detalle se asienta la misma diferencia crucial que habría, análogamente, entre un mero intérprete y aquel que se enfrenta a la partitura con la mirada de un creador, atento a desentrañar sus particularidades de estructura, modo, tono y ritmo, esos secretos que hacen que una obra sea, entre muchas otras, una obra maestra.
Y, dentro de sus novelas, ninguna modeló Moyano con mayor musicalidad como Libro de navíos y borrascas, monumental relato que historia las desventuras de un grupo de “setecientos indeseables” (“… éramos setecientas fotocopias de una misma historia, donde no había azar ni diversidad…”), exiliados políticos de la Argentina de los ’70 que viajan en un barco, el Cristóforo Colombo, desde el puerto de Buenos Aires hasta el de Barcelona. La narración en primera persona –los eventuales préstamos se explican por la necesidad de “poner en boca de otro” hechos íntimos que al narrador le “darían un poco de vergüenza”– es subsidiaria a la intención de contar un suceso autobiográfico: el heterónimo Rolando es el mismo Moyano, quien se tuvo que ir del país en 1976, aunque no verdaderamente en un barco, claro, cuya lentitud sirve a los intereses de la novela para que el viaje se advierta, de ese modo, como menos real que alegórico.
Porque todo lo que se desprende de la lectura está matizado con esa intencionada alegoría, el barniz del que se sirve Moyano para emprender un múltiple censo de tragedias –violaciones, asesinatos, suicidios, humillaciones, vejámenes– que, salpicadas en dosis tolerables a lo largo del libro, navegan plácidamente entre el sueño y la vigilia, entre lo dicho y lo sugerido. La sugerencia es inevitable aquí para que uno la sienta cercana a la irrealidad, la ingenuidad en el deseo de que lo que se narra, la nostalgia que subyace en el gran relato, sea vea galvanizado por lo onírico y lo fabuloso, como si nunca hubiera ocurrido del todo.
La narración, lenta, morosa, detallista, atenta a observar con lupa la eufonía de ciertas palabras significativas, se regodea en digresiones que se perciben introducidas sin el más mínimo respeto hacia las prolijas armas del discurso clásico. Guiños como “… y ahora un descansito, ¿no?…” o “… como para hablar de otra cosa, que nos distraiga y ayude a superar tensiones…” ofician de pausas, silencios musicales si se quiere, espacios puente que Moyano incorporaría luego del final de un movimiento sinfónico y previo a la aparición del siguiente de haber sido un compositor de música. Estas distracciones deliberadas valen como puerta de entrada a reflexiones o bajadas de línea, aunque guardan la compostura de no alejarse nunca, temática ni formalmente, del hilo conductor narrativo, siempre cruzado por esa relación de enamoramiento con la música. La obra articula esta larga metáfora del destierro, de cuatrocientas y tantas páginas, acudiendo a diferentes planos discursivos para desalentar el riesgo de aburrir, hiperbolizar o hartar con el ensimismamiento en los desvíos del relato, entre los cuales la digresión, o la digresión dentro de la digresión, es uno de los tantos que componen el tornasolado laberinto de la novela.
Escisión de la trama para presentar sueños, mutación del narrador, recuerdos y fantasías, cambios constantes de registro, fluctuaciones temporales y rítmicas, relatos mínimos que afinan la construcción de los personajes, antropomorfización de objetos a manera de metáfora aleccionadora –es notable el “encuentro sexual” entre el barco y una bahía–, pequeñas escenas de teatro como aliento para completar el sentido ideológico de la historia, componen el arsenal de recursos al que el narrador-personaje apela para fundar, con la ficción, una realidad más amable que aquella que está viviendo –el “barquito paralelo” que hace viajar junto al Cristóforo Colombo y la improbable enamorada que lo espera en Madrid son ejemplos extremos de esa fantasía necesaria–. Con ellos atenúa la desgracia del exilio a modo de bálsamos distractivos, al tiempo que su mirada de músico añade como yapa a aquellos consuelos la búsqueda de la felicidad, concepto absurdo en el contexto de la obra pero que nos conecta, una vez más, con esa voluntad irrenunciable de aliviar la pena y la desolación.
Ya desde el principio Rolando ocupa su lugar para contar la historia “robándole el clima a un viajero de los mares del Sur”, que contará algo que nunca conoceremos, un cuento “de fantasmas, en un refugio de pescadores, invierno europeo”. De modo que narrará sobre “el viejo salitroso”, y el ambiente de borrasca que telonea su relato, hasta que lleguen a él “las palabras justas, el tono que se esconde” para que su “burda historia pueda ganar en fantasía y entrar decentemente en el mundo de la comprensión”. Reconoce que no sabe si será capaz de llevar adelante la tarea porque lo de él “es la música antes que las palabras”, así que fomenta la llegada de la inspiración con el relato de su propia historia –invisible caja china–, un suceso que, principiando el exilio, se convertirá en el hecho capital de la novela: la ruina de su violín, el Gryga, al que una siesta de 1976, “cuando llegaron ellos”, debió dejar colgado de una parra de su patio riojano, a merced del polvo, el viento y la lluvia que el delicado instrumento habría de sufrir en ausencia del único morador de la casa.


Fuente: El lince Miope


https://ellincemiope.wordpress.com/






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