El vínculo entre Cortázar y las historietas tiene, de hecho, un precedente que es rara avis: Fantomas contra los vampiros multinacionales (1975), cuya edición fiable debe rastrearse en el librito que Doedytores publicara en 1995. Allí aparece la réplica verdadera de las páginas del Fantomas mexicano (de ediciones Novaro), con participaciones estelares de Susan Sontag, Julio Cortázar, Alberto Moravia, entre otros. Esa fue la historieta disparadora del libro, verdadero metatexto.
De manera tal que, se intuye, si Cortázar viese estos espléndidos trabajos quizás se detendría en algún rasgo casi huidizo, así como lo sugiriera al momento de ver Blow Up (1966), de Antonioni (basado en "Las babas del diablo"). En todo caso, de lo que se trata es de encontrar esa afinidad que el lector sabe porque, justamente, ha leído. Y si también lo ha hecho con los historietistas en cuestión, ¿cómo resistir la tentación?
El recorrido comienza de manera superlativa. Con la obra maestra que la dupla Carlos Sampayo (guión) y Carlos Nine (dibujo) logran a partir de "La noche boca arriba". Es demasiado extraordinario. Se trata de uno de los más grandes guionistas y de uno de los más grandes dibujantes. La fusión entre ambos altera todavía más la percepción del relato original, al hacer de su trama espejada una excusa desde la cual practicar otras variaciones. Más la pizca siempre exultante, de desliz semántico, que Nine sabe dibujar. Un mundo propio donde hacer comulgar ese otro mundo por lo visto, tan parecido que es Cortázar. Podría también pensarse en el propio Julio como paciente al que operar en este hospital demente, con bisturíes en manos de Sampayo y Nine. Tan frenética es la acción, tan desencajada pero tan orgánica, que ya quisiera cualquier amante del género tenerla bien impresa en un álbum para su biblioteca.
Como si fuese un efecto más de este disparador, el recorrido continúa con otra versión del mismo cuento, ahora en manos de Salvador Sanz, quien impone un relato en blanco y negro, donde practica un montaje por asociación que es transposición eficaz de ese filo de espejo original. Sanz puede, con una precisión que le es aspecto ya reconocible, amalgamar situaciones históricas distintas por parecidas, sintetizadas en elementos casi idénticos, a partir de su disposición simétrica en la página.
Con "Carta a una señorita en París", Diego Agrimbau (guión) y Lucas Varela (dibujo) resultan encantadoramente sombríos. Esos conejitos de pelaje suave que acarician la garganta, en el lápiz de Varela son, precisamente, adorables y siniestros. Todo muy simpático, todo muy deprimente. Saltarines, trozados y suicidas. Junto al naranja predominante que tiñe de frenesí leve cada una de las acciones.
Por su parte, el gran Enrique Breccia practica con "Reunión" una mirada de mundo que es, también, reencuentro con su primera tarea profesional: Vida del Che (1968), junto a su padre Alberto, con guión de Héctor Oesterheld. Leer a Enrique es leer un historietista depurado, artesanal, capaz de confluir con Cortázar desde un sueño en forma de estrella. La propuesta más provocadora viene de la mano de Esteban Podetti (guión) y Diego Parés (dibujo) con "Omnibus". En clave relato de horror, con puesta en página similar a la paradigmática Tales from the Crypt, ParésPodetti colocan a Cortázar en el mismo rol que el Guardián de la Cripta, para dar rienda suelta a su historia macabra. Así como Varela, pero desde una raigambre gráfica distinta, con asidero en Fola (Pelopincho y Cachirula), Parés puede hacer del espanto algo gracioso y nunca perder foco. Así como lograr una página admirable provista de un maremoto de ojos vigías.
Con "Axolotl" (guión de Jorge Zentner), Pablo Túnica trabaja cada página a partir de dos viñetas horizontales. Una equidad en la distribución del espacio que es confluencia de espíritu con el relato de origen. Sus pinceladas, de ánimo oscuro, logran momentos extrañamente hermosos, perturbadores, en donde el propio lector queda contagiado del borde de su reflejo. El caso de "La autopista al Sur" (guión de Pablo De Santis) es excusa bella para perderse en los dibujos de Ignacio Minaverry, cuya paleta saturada de verde, amarillo y naranja, puede transportar al lector de manera afín a un ensueño sixtie, en donde también evocar el plano secuencia esencial que Godard plasmara en Week End (1967).
El desenlace viene de la mano de "La señorita Cora" (guión de Lautaro Ortiz), para que los dibujos de El Tomi empañen al que mira de recuerdos de infancia pegajosa, con historietas por el suelo y jadeos de enfermera de ensueño. Un montaje yuxtapuesto, donde palabras y dibujos dicen de modo encontrado, permite a los autores recrear la vivencia alucinada de un personaje que es, por extensión, la definición misma de todo lector cortazariano.
"Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;le llamaban la guerra florida."
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones(...)
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. "
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