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lunes, 18 de julio de 2016

Helene Ciroux. Fragmentos sobre La escriTura.

Hélène Cixous (5 de junio de 1937) es una feminista francesa, profesora universitaria, escritorapoeta,dramaturgafilósofacrítica literaria y especialista en retórica

Hélène Cixous nació en OranArgelia francesa, hija de madre alemana judía asquenazí y padre algerí judío sefardí. Llegó a Francia, ya casada, en 1955; tiene un hijo y una hija; se divorcia.2
Se graduó en 1959 y obtuvo su doctorado en letras en 1968. Se especializó en literatura inglesa y, en especial, en los trabajos de James Joyce. En 1968, publicó "El exilio de James Joyce o el arte de la sustitución" y, al año siguiente, su primera novela "Dedans", un trabajo semi autobiográfico que ganó el premio Médicis.
Colaborará con el famoso Théâtre du Soleil, desde que conoció la pieza 1789, y por ende a su directora Ariane Mnouschkine.
Su trabajo ha proseguido incesantemente (con 68 títulos) hasta Homère est morte, de 2014.
Cuenta con grados honoríficos otorgados por las universidades Queen's University y la Universidad de Alberta enCanadá; la Universidad College Dublin en Irlanda; la Universidad de York y la Universidad College London en elReino Unido; y la Universidad Georgetown, la Universidad Northwestern y la Universidad de Wisconsin-Madison enEstados Unidos



Cualquier punto de llegada, ese momento privilegiado donde uno al fin habita, aunque sea por segundos, siempre interroga no sólo por el inicio desde dónde se ha partido, sino por esa trayectoria recorrida. 
Llegar a la escritura no sencillamente como aquello que rasga una hoja o la pantalla de una computadora, sino aquello que raspa, que marca, instaura una huella que antes no estaba y que quizás no vuelva estar... Quizás el viento se la lleve, o la lluvia, pero en ese recorrido aquel que la lee se ha transformado en ese mismo acto.
La escritura... modo de decir/se, de llamar a esa dificultad que está al otro lado de algo que es necesario atravesar... hacer/se esa inscripción que a la vez extranjera, produce un lugar donde habitar... cada vez.

La llegada a la escritura metáfora carnal de tantas vicisitudes cotidianas donde el hambre puede ser tan real: la necesariedad de los alimentos, la necesariedad de los textos.


Al principio, adoré. Lo que adoraba era humano. No personas; no totalidades, no seres denominados y delimitados. Sino signos. Parpadeos de ser que me impactaban, que me incendiaban. Fulguraciones que llegaban a mí: ¡Mira! Yo me abrasaba. Y el signo se retiraba. Desaparecía. Mientras yo ardía y me consumía entera. Lo que me sucedía, poderosamente lanzado desde un cuerpo humano, era la Belleza: había un rostro, en él estaban inscriptos, guardados, todos los misterios, yo estaba delante, presentía que había un más allá al que no tenía acceso, un allá sin límites, la mirada me oprimía, me impedía entrar, yo estaba afuera, en acecho animal. Un deseo buscaba su morada. Yo era ese deseo. Yo era la pregunta. Destino extraño de la pregunta: buscar, perseguir las respuestas que la calmen, que la anulen. Si algo la anima, la eleva, la incita a plantearse, es la impresión de que el otro está allí, muy cerca, existe, muy lejos, de que en algún lugar en el mundo, una vez cruzada la puerta, está la cara que promete, la respuesta por la cual uno continúa moviéndose, a causa de la cual uno no puede descansar, por amor a la cual uno se contiene de renunciar, de dejarse llevar; a muerte. ¡Qué desgracia, empero si la pregunta llegara a encontrar su respuesta! ¡Su fin!




Amar: conservar vivo: nombrar.




El rostro primitivo fue el de mi madre. Su cara podía a voluntad darme la vista, la vida, quitármelas. A causa de la pasión por el primer rostro, durante mucho tiempo esperé la muerte por ese lado. Con la ferocidad de un animal, no quitaba la vista de mi madre. Cálculo erróneo. En el tablero yo mimaba a la dama, y el que cayó fue el rey.



Escribir: para no dejarle el lugar al muerto, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse sorprender jamás por el abismo. para no resignarse ni consolarse nunca, para no volverse nunca hacia la pared en la cama y dormirse como si nada hubiera pasado; nada podía pasar.





Mi escritura mira. Con los ojos cerrados.





¿Quién puede definir lo que quiere decir "tener"?; ¿dónde sucede el vivir?; ¿dónde se asegura el gozar?





Primero escribí en verdad para cerrarle el paso a la muerte. A causa de un muerto.





Con una mano, sufrir, vivir, palpar el dolor, la pérdida. Pero está la otra: la que escribe.


¿Escribir? Ni lo pensaba. Soñaba con eso todo el tiempo, pero con el pesar y la humillación, con la resignación, la inocencia de los pobres. La Escritura es Dios. Pero no el tuyo.


Yo comía los textos, los chupaba, los mamaba, los besaba. Soy el niño innumerable de su multitud.



Pero ¿escribir? ¿Con qué derecho? Después de todo, los leía sin derecho, sin permiso, a sus espaldas.



¿Escribir? Me moría de ganas, de amor, dar a la escritura lo que ella me había dado, ¡qué ambición! Qué imposible felicidad. Alimentar a mi propia madre. ¿Darle a mi vez mi leche? Loca imprudencia.



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