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jueves, 14 de julio de 2016

Joao Guimaraes Rosa. El Escritor que HABLABA 25 IDIOMaS Y ESCRIbIO EL gRAN lIBRO latinoamericano

Atardecer de jueves ,, aroma de cafe y gris el cielo. LLOvizna .


Hoy les posteo una obra Gigante y pequeña.


Larga vida al Gran Sertón

A pesar de su aridez, la zona del noreste brasileño ha sido más que fértil y productiva en materia literaria. En esa tradición se destaca Gran Sertón: Veredas, el clásico de Joao Guimaraes Rosa que acaba de publicarse en una cuidada edición argentina (Adriana Hidalgo), una novela que ha entablado un diálogo universal con Joyce, Faulkner y Lezama Lima.


Gran Sertón: Veredas
Joao Guimaraes Rosa

Adriana Hidalgo
555 páginas
El sertón brasileño, la yerma zona del noreste, ha sido, desde el fundamental relato de Euclides Da Cunha, Los sertones, inversamente, tierra fértil para la literatura con autores como José Lins do Rego, Jorge Amado o Graciliano Ramos. Joao Guimaraes Rosa (1908-1967), hizo del sertón (sertâo) el ámbito de varios relatos y en particular de su sobresaliente novela Gran Sertón: Veredas, publicada en 1956. Médico y diplomático, inició con Sagarana (1946) –cuya traducción al castellano, al igual que esta nueva versión, fueron publicadas en Argentina por Adriana Hidalgo Editora– un proyecto de escritura tendiente a explorar las posibilidades del portugués a partir de la utilización de diversos procedimientos que no excluyen una peculiar sintaxis, neologismos, palabras derivadas, arcaísmos, hablas, así como remisiones a otras lenguas (en tanto Guimaraes Rosa era conocedor de gran cantidad de idiomas).
En Gran Sertón: Veredas tales estrategias se manifiestan en la voz de un solo narrador, que rememora su historia como yagunzo (mezcla de soldado y bandido), pero asimismo, sirven para configurar una zona mediante una escritura –un sertón cuyos límites se expanden, es el Gran Sertón y están las veredas o arroyos– que conserva simultáneamente los referentes geográficos, la diversidad del territorio, los movimientos de la naturaleza y los modos de ser de sus habitantes, al tiempo que instituye una entidad simbólica análoga a la de otras regiones literarias. Si alguna vez, en ese tipo de comparaciones destinadas a exaltar una obra por semejanza con otra, se dijo que Gran Sertón: Veredas era el Ulysses latinoamericano, el punto común radicaría en el logro de indagar en el espacio propio hasta convertirlo en una totalidad significante y omniabarcativa. Un espacio así no puede dejar de incluir lo que es humanamente común, pero, justamente, desde una precisa ubicación que soslaya la exterioridad o la generalización. Si el diálogo precede al monólogo, porque un yo enunciante se define por su relación con otro, en Gran Sertón... esto se manifiesta claramente a partir de ese único narrador que está relatando su pasado a un interlocutor sólo perceptible por las apelaciones de quien habla. Curiosamente, o no tanto, y en contemporaneidad, este mismo procedimiento aparece en un cuento de Juan Rulfo, “Luvina”.
Pero más importante que señalar esta modalidad, que apuntar a la no interferencia de quien mudamente recibe el relato, menos que señalar la disimetría –por otra parte, de un modo u otro siempre presente– entre el que habla y el que escucha (ex yagunzo uno, hombre de ciudad el otro), es destacar que esta función apelativa recurrente en la extensa narración permite además incorporar comentarios sobre el modo en que se está contando, cómo se dosifican los hechos o datos: lo que se posterga con cierto suspenso, lo que se adelanta, resume o despliega en el detalle de un evento o en la intercalación de episodios, según quién cuenta y cómo cuenta, para revelar, explicar, deshacer prejuicios, plantear y plantearse interrogantes, a la vez que erige como actual presencia, en imagen persistente, al sertón. Porque ese nombre, repetido como eco a lo largo del extenso relato de Riobaldo, el narrador, se va cargando de significaciones que exceden la delimitación del mapa pero al mismo tiempo lo circunscriben como fuerza centrípeta. La acumulación de definiciones de la zona, esparcidas a lo largo del decir de Riobaldo, se resumen en el logro apuntado antes, de plasmar una región que a la vez “es el mundo”, ya que ahí todo tiene cabida, de modo similar al Sur faulkneriano.
En Guimaraes lo vívido del sertón parece surgir, entre otras cosas, de esa inmediatez resultante de la puesta en escena de la situación narrativa, de ahí quizá la necesidad de nombrar a quien la comparte, cuyo silencio permite una continuidad que, como los yagunzos por el sertón, el lector no puede sino recorrer dejándose llevar con interés creciente por los sinuosos relieves de una voz avasallante. Un modo de lectura que, por un lenguaje radicalmente original y un marcado ritmo envolvente, se asemeja al que demanda Paradiso de José Lezama Lima.
¿Cómo escribir la guerra, la muerte, la carencia, la sed y el hambre? Guimaraes Rosa acudió a todo lo que su experiencia (en el doble sentido de experiencia de lectura y experiencia de vida) le proporcionó para este intento como un saber indispensable en tanto es imposible escribir desde la nada ni desde cualquier ninguna parte. Al eludir los lugares comunes en un relato, en todos sus componentes, desde serializar la novela en determinada línea o subgénero, hasta el mínimo detalle de la composición de cada frase, Gran Sertón: Veredas es una apuesta fuerte en favor de la capacidad de la literatura para producir una significación potenciada por el modo en que se trama el texto. De ahí que esté todo el paisaje sin que esto signifique una especie de manual de flora y fauna, hidrografía y relieve. Y conjuntamente, una enorme cantidad de personajes, sean principales o secundarios, siempre dotados de algún rasgo que los caracteriza de manera indeleble. Enlazados estos elementos, inclusive en comparaciones que hace el narrador, o en el extrañamiento que conlleva la mención inusual y a veces casi personificada, de rocas, arroyos o flores con los actos humanos, consigue que cada cosa aparezca concreta, actuante, tangible. Poco entonces sería decir que la novela rompe los moldes del realismo (de cierta vertiente del realismo sería más exacto). En cambio, más bien, parece inclinarse a buscar por otros senderos, que desde luego nada tienen que ver con la forja de una suerte de ámbito fabuloso o cosa por el estilo, una captación acentuada de la multifacética, misteriosa y mucha veces incógnita realidad cuyos límites ensanchados son los que justamente asoman en este largo viaje a la vez por las regiones del nordeste brasileño y por la memoria del narrador.
El recuerdo y el olvido recurren en la historia que cuenta Riobaldo, la voluntad de recuerdo y de memoria, sentidas reminiscencias, reflexiones (entrecortadas, con altibajos, conflictivas, angustiosas, imperativas) sobre el modo de ser de las cosas y los sentimientos y ambiciones de los hombres, sobre la felicidad y la desgracia a partir de los recovecos de la amistad y el amor (muy especialmente en la relación entre los yagunzos Riobaldo y Diadorim), la fuerza del odio, la traición, el afán de venganza, los códigos del poder o la inmisericorde fiereza en ese rumbear incesante que va pautando en su cadencia el mismo relato, que asimismo encadena con todos estos asuntos el fundamental dilema del bien y del mal (Dios y Diablo) en tensión continua y omnipresente en todo lo demás. Imbricar entonces cuanto atañe a la existencia, con los acaeceres de un puñado de mujeres y hombres mostrando en simultaneidad lo específico del sitio y el sustrato común a todos los seres humanos a partir de una voz capaz de conjugarlos es lo que hace a esa perdurabilidad que convierte a una obra de arte en un clásico.


João Guimarães Rosa (CordisburgoMinas Gerais27 de junio de 1908 - Río de Janeiro19 de noviembre de1967) fue un médico, escritor y diplomático brasileño, autor de novelas y relatos breves en que el sertón (sertão) es el marco de la acción. Fue miembro de la Academia Brasileña de Letras, y su obra más influyente es Gran Sertón: Veredas (Grande Sertão: Veredas1956).
Nació en Cordisburgo, en el estado brasileño de Minas Gerais, el 27 de junio de 1908, primero de los seis hijos de Florduardo Pinto Rosa (llamado por él Fulô) y de Francisca Guimarães Rosa (apodada Chiquitinha).
Autodidacta, de niño estudió varios idiomas, empezando por el francés, cuando todavía no había cumplido los siete años. Llegó a ser un políglota casi inverosímil, como puede comprobarse en estas declaraciones suyas en una entrevista:
"Hablo portuguésalemánfrancésinglésespañolitalianoesperanto, un poco de ruso; leo suecoholandés,latín y griego (pero con el diccionario a mano); entiendo algunos dialectos alemanes; estudié la gramática delhúngaro, del árabe, del sánscrito, del lituano, del polaco, del tupi, del hebreo, del japonés, del checo, delfinlandés, del danés; curioseé algunas otras. Pero todas mal. Y pienso que estudiar el espíritu y el mecanismo de otras lenguas ayuda mucho a una comprensión más profunda del propio idioma. Principalmente, sin embargo, estudiando por diversión, gusto y recreación."
Todavía niño se trasladó a casa de sus abuelos en Belo Horizonte, donde finalizó la enseñanza primaria. Inició los estudios secundarios en el Colégio Santo Antônio, en São João del Rei, pero luego regresó a Belo Horizonte donde completó su educación. En 1925 se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Minas Gerais, con apenas dieciséis años.
El 27 de junio de 1930 contrajo matrimonio con Lígia Cabral Penna, muchacha de apenas dieciséis años con la que tuvo dos hijas: Vilma y Agnes. Poco antes de su boda había completado sus estudios y comenzado a ejercer la profesión en Itaguara, entonces en el municipio de Itaúna (Minas Gerais), donde permaneció cerca de dos años. Es en esta localidad donde tiene contacto por primera vez con el mundo del sertón, que sirve de referencia e inspiración a su obra.
Al volver de Itaguara, Guimarães Rosa sirvió como médico voluntario de la Fuerza Pública, en la Revolución Constitucionalista de 1932, y fue destinado al sector del Túnel en Passa-Quatro (Minas Gerais) donde conoció al futuro presidente de Brasil Juscelino Kubitschek, por entonces médico jefe del Hospital de Sangre. En 1933se trasladó a Barbacena en calidad de oficial médico del noveno batallón de infantería. Tras aprobar el examen para Itamaraty, el ministerio de relaciones exteriores brasileño, pasó algunos años de su vida como diplomático en Europa y América Latina.
Fue elegido por unanimidad miembro de la Academia Brasileña de Letras en 1963, en su segunda candidatura. No tomó posesión hasta 1967, y falleció tres días más tarde, el 19 de noviembre, en la ciudad de Río de Janeiro. Si bien el certificado de defunción atribuyó su fallecimiento a un infarto, su muerte continúa siendo un misterio inexplicable, sobre todo por estar previamente anunciada en Gran Sertón: Veredas, novela calificada por el autor de "autobiografía irracional".





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