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viernes, 12 de febrero de 2016

eL EN TENADO DE jUAN jOSE sAER, EL GRAN ESCRITOR ESCONDIDO.

El entenado’, una novela total

Por:  21 de septiembre de 2013
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Si la novela moderna es un artefacto en el que confluyen narración, reflexión y lírica sin que salten las costuras (o después de haberlas hecho saltar), El entenado es un ejemplo perfecto de novela moderna. Y de novela a secas, porque contiene una trama clásica, meditaciones dignas del mejor ensayo y una forma trabajada hasta el límite en busca de la palabra precisa, es decir, poesía.
Juan José Saer (1937-2005) publicó El entenado en 1983, hace 30 años, y la editorial barcelonesa Rayo Verde acaba de reeditarlo. Antes lo publicaron en España Destino (Saerganó el premio Nadal en 1987 con José Ferrater Mora como finalista) y El Aleph, lo que da una idea de la inestable relación de los lectores españoles con el escritor argentino, uno de los grandes autores latinoamericanos de las últimas décadas.

El entenado narra en primera persona las peripecias del grumete de una expedición española por el Río de la Plata durante el siglo XVI que cae en manos de los indios colastinés. Los indios acaban con sus compañeros pero a él lo mantienen con vida durante años (entenado quiere decir hijastro). Dado que los colastinés son pacíficos pero antropófagos y que el muchacho no habla su lengua, su vida junto a ellos es un intento continuo de descifrar lo que dicen y, por supuesto, de encontrar la respuesta a una pregunta recurrente: ¿cuándo se lo comerán a él? ¿por qué no lo han hecho ya?
EntenadoEse es el argumento de El entenado, una novela que es mucho más que su argumento porque además de relato de formación con aire de crónica de Indias es una arrebatadora disquisición –ni cínica ni adánica- sobre a quién llamamos civilizado y a quién primitivo, sobre el lenguaje y –como diría un francés- la otredad, sobre el poder de las palabras, la memoria y la escritura. Sobre el poder.
 “Era una lengua imprevisible, contradictoria, sin forma aparente. Cuando creía haber entendido el significado de una palabra, un poco más tarde me daba cuenta de que esa misma palabra significaba también lo contrario, y después de haber sabido esos dos significados, otros nuevos se me hacían evidentes, sin que yo comprendiese muy bien por qué razón el mismo vocablo designaba al mismo tiempo cosas tan dispares. En-gui, por ejemplo, significaba los hombres, la gente, nosotros, yo, comer, aquí, mirar, adentro, uno, despertar, y muchas cosas más”.
Esto piensa el grumete mientras vive entre los indios. Cuando estos lo meten en una canoa para enviarlo con los suyos asistimos a una de las despedidas menos ñoñas y más emocionantes de la historia de la literatura. Empiezan entonces nuevas disquisiciones, fruto esta vez de la curiosidad que su relato despierta entre los españoles: “Para algunos, no eran hombres; para otros, eran hombres pero no cristianos, y para la mayoría no eran hombres porque no eran cristianos”. Son otros entonces los que preguntan. ¿Tenían gobierno? ¿Propiedades? ¿Cómo defecaban? ¿Eran músicos? ¿Tenían religión? ¿Con qué mano comían?
La liberación del marino no hace, con todo, más que redoblar su obsesión. ¿Por qué sigue vivo? Tal vez “en esos días sangrientos” de la conquista, piensa, los indios lo usaron como testigo de su inocencia. Tal vez no. Saer deja al lector igual que los colastinés dejaron a su narrador, con la sensación de haber asistido a un prodigio cuyo sentido último se le escapa a pesar de tenerlo delante de los ojos. ¿No era eso la gran literatura?

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