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domingo, 3 de abril de 2016

Kike Ferrari, el Ecritor Oculto que limpia el Metro de noche.

Por Fabrizio Turturici —Un galardonado autor de novelas por la noche baldea los subtes de Buenos Aires. No le importa ser el mismo que termina de presentar un libro en un elegante salón y luego se pone el uniforme para ir a limpiar los desechos por debajo de la tierra.
Ninguno de los miles de acelerados porteños que utilizan el subte se podrían imaginar que quien limpia las estaciones por la noche es un reconocido escritor de novelas. Enrique Ferrari no oculta que es empleado de limpieza, pero no por eso dejó de lado la pasión por la escritura, y en los ratos de descanso abre su netbook para sambullirze en el mundo de la literatura. Ganó varios premios de literatura y tiene obras publicadas en distintos idiomas que recorrieron el mundo. Sus días transcurren entreverados entre letras y escobas, plumas y baldes de limpieza.
Enrique, más conocido como Kike, tiene 44 años y tres hijos. Nació en 1972 en Buenos Aires, cuando corrían los tiempos oscuros de la dictadura del general Lanusse. En el 99 y con solo 25 centavos en el bolsillo se fue a probar suerte en Estados Unidos. Su estadía duró cuatro años porque fue deportado por no tener los documentos al día. Cambió 27 veces de trabajo y hoy es, además de un galardonado escritor con varios títulos publicados, trabajador de limpieza en un subte prteño. “Tengo ocho libros escritos, creo… Nunca llevo la cuenta en realidad: Operación Bukowski, Lo que no fue, Punto ciego, Que de lejos parecen moscas y otros. Fueron publicados por distintas editoriales, tanto argentinas como europeas y americanas”, comenta en una amena conversación con Crónicas con Alma. “Viví en Estados Unidos cuatro años. Me fui durante el menemismo. Estados Unidos era el único lugar donde tenía alguien que me rescatara. Un amigo me mandó el pasaje y llegué allá con 25 centavos en el bolsillo y un trabajo que empezaba al día siguiente. Volví deportado en marzo de 2003, porque me mandé una macana con el auto. Me frenaron y no tenía los papeles. Estaba ilegal”, relata desde la estación de la línea B donde trabaja. Kike se remonta a sus primeros encuentros con las letras y sostiene que la literatura es un camino lleno de quiebres. “Desde muy pibe soy un lector sistemático y omnívoro. Hice muchos intentos de escribir. Empecé con letras de canciones, porque yo tocaba el bajo en una banda de rock. Pero mi talento no era el musical. Así que, cuando la banda se disolvió, me encontré ante la disyuntiva de qué hacer. Me puse a escribir un cuentito y desde entonces no paré. Eso fue en el 97”, rememora. Luego de repasar una increíble trayectoria recorrida, que lo llevaron a forzar la mente para recordar cada uno de los premios recibidos, Kike comenta: “Tengo varios libros traducidos en distintos países. Con “Que de lejos parecen moscas” di el salto del amateurismo a saber que alguien me leía. Lo tradujeron al francés y pronto estará en italiano. Hay otros títulos míos en inglés. Recibí varios premios, en España, en Francia, Cuba y Argentina”, señala. La opulenta repisa de trofeos y la consecuente vitrina repleta de premios, podrían llegar a engañar a cualquiera. Se podría pensar que este escritor transita sus días de manera perezosa, encerrado entre herméticas librerías y sin más preocupación que la de comer vorazmente libro tras libro. Pero no es así. Kike Ferrari mantiene una vida paralela. O, mejor dicho, un empleo paralelo. Además de ser escritor, trabaja en la limpieza de un subterráneo bonaerense. “En mi vida, cambié 27 veces de laburo: fui empleado, periodista, colaborador de varias revistas y demás. Algunos lo llaman inestabilidad, Fabián Casas lo llama ‘ponerse en estado de incertidumbre’ y salir de los lugares de comodidad. En este momento soy personal de maestranza de metrovías, en un subterráneo de Buenos Aires. Todos los días, cuando el subte cierra, limpio para que al día siguiente la estación esté impecable. Baldeamos, barremos, juntamos la basura. Yo trabajo en la Estación Pasteur de la Línea B”, cuenta orgulloso también de este trabajo.
— ¿Ese empleo lo hacés por una necesidad económica? — Uno trata de buscarle la vuelta al trabajo para que no sea una porquería absoluta. Como dije antes, cambié 27 veces de laburo. Hace años, Marx nos contó que el trabajo en esta sociedad “nos es una cosa ajena”, un medio para mantenerse. Hay una elaboración colectiva con mis compañeros de todos los días que hace que –inclusive– baldear el piso del subte sea una experiencia enriquecedora.
— ¿Cómo es la sensación de ser un galardonado escritor y al mismo tiempo limpiar los desechos del otro? — Yo lo veo natural, entiendo que hay una disociación que tiene que ver más con la mirada que se tiene del escritor, lo que llamamos “el síndrome de Borges”… Y no es así. En mi caso, el tipo que barre el piso es el mismo que escribe historias. Es una impresión que se ve más fuerte desde afuera; a mí no me parece tan chocante. Sí, hay momentos muy raros; por ejemplo, terminar de presentar un libro e ir a limpiar el excremento de un vagabundo… Gente que vive en el subte, otra que tiene sexo comprado en las escalinatas, y yo alrededor de todo eso. Pero en mis horarios de descanso escribo, mi última novela la terminé una madrugada en el subte, en la covacha donde tomamos mate con mis compañeros.
— ¿Puede ser que, en esas noches solitarias debajo de la superficie, adoptes situaciones y temas para luego incorporar a tu novela?
— Es más un lugar para la reflexión. El tema de sumar experiencias que vayan a servir a mi literatura es complejo, porque en mi caso lleva tiempo. Hay una distancia temporal que necesito entre vivir experiencias y asimilarlas y volcarlas a lo que escribo. Y cuando están muy calientes no puedo. Pero en un par de años aparecerán situaciones en mis novelas. Sobre todo, sensaciones: de laburar contra horario, de vacío, de noches solitarias. El subte es un lugar de mucha gente, movimiento y ruido; salvo cuando yo trabajo ahí. Es como visitar los restos de una ciudad vacía.
— ¿Tus compañeros saben que sos un premiado escritor? — Yo no me presento como tal. Pero tarde o temprano se dan cuenta, porque me ven escribiendo todas las noches. Cuando se enteran, al principio me dicen “¿y qué hacés acá?”. Como si un premio me fuera a dar de comer… Como si no necesitara trabajar para sentirme vivo….
— ¿Qué pensás de los literatos que llevan una vida de ocio, aislados de la realidad social y del contexto en que vivimos? — La verdad que no es una experiencia que conozca. Hay algunos que viven más cerca del mundo de las letras y está bueno. Pero no es mi caso. En Argentina nos hemos olvidado de tener tiempo, espacio y aire para escribir.
— El género negro al que te dedicás se basa en una visión muy crítica del mundo, ¿vos también la tenés? — Yo entiendo que confluye eso. Hay cosas en la historia que dan cuenta de las miserias en el mundo que vivimos. Es lo que tratamos de criticar y denunciar los escritores de novelas negras.
— ¿Y cuál es el lado del universo que más te atrapa y motiva? — Sin dudas, el lado luminoso. Algo así como aquello que escribió Walsh en su diario al hablar de ‘las cosas que me gustan y las que no’. Lo que me gusta: mis hijos, mi compañera, la sonrisa de mis amigos, la voluntad de los que quieren construir un mañana. Sin embargo, a la hora de escribir es la otra mitad del vaso lo que reflejo. No me gusta la despersonalización, la explotación del hombre por el hombre, las injusticias, el capitalismo…
— ¿Confías en la humanidad y pensás que podemos salir adelante? — Sí, sobre todo confío en la capacidad de organización de la clase trabajadora, que ahora está un poco desperdigada. Entiendo que se vendrán días oscuros en donde tendremos que apretar los dientes, exprimir el cerebro y sacarle punta a las ideas. Prepararse hasta que vuelva a salir el sol. Será menester nuestro y de cada uno de nosotros hacer de este universo un lugar mejor.
— Sin sonar profético, ¿dónde pensás que está la salvación del hombre? ¿En qué valores? — Lo más relevante de todo es hacer la hermandad de los iguales. Es difícil, mientras haya condiciones sociales injustas que nos separen a unos de otros. Pero entiendo que si nos juntamos, tenemos la posibilidad de hacer un mundo donde el hombre no sea el lobo del hombre, sino su hermano. “Lo mejor que se puede hacer, es tratar de ser feliz y juntarse con los otros; ése es el aprendizaje más importante de estos años. Inclusive en un trabajo tan individual y solitario como la literatura”. Como dice un amigo: la vida no es un monólogo, sino un diálogo…

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