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lunes, 6 de junio de 2016

¿ Acaso Joyce esta loco? LA FABRICA DE HACER PADRES.

Hoy lunes de inquietante atardecer ,subo al blog una nota sobre Joyce y  la locura.










EN RESPUESTA A LA PSICOSIS, UN “ARTIFICIO DE ESCRITURA”
“¿Acaso Joyce está loco?”, preguntó Lacan
La “solución joyceana” para la psicosis, que Jacques Lacan examinó a lo largo de todo un seminario, puede servir como “brújula para orientar a los analistas” en la más atormentada de las experiencias propias de la condición humana.
El escritor irlandés James Joyce nació en 1882 y murió en 1941.Jacques Lacan, en su Seminario
XXIII, definió “el nudo de Joyce”.






Por Mario Pujó *
No ha sido necesario esperar al psicoanálisis para poner de relieve el nexo que vincula la locura con la creación. Basta asomarse a las biografías de los grandes creadores para constatar que en los más diversos dominios del arte, la ciencia o la cultura, muchos de sus mejores exponentes han tenido comportamientos cuando menos extravagantes respecto de las normas que establece la convención. Observación que puede generalizarse hasta el extremo de suponer que es conveniente ser un poco loco para crear, al compartir la locura alguna medida común con esa genialidad que el saber popular atribuye, en pequeñas dosis, a cada cual; e intuir que, si las dos cosas se conjugan regularmente tan próximas, es porque una probable comunidad de estructura entre ambas experiencias hace que el acto creativo sea como tal un acto “loco”.
A esto, el psicoanálisis puede agregar la precisión de que tanto la creación, en su carácter de invención, como la locura, suponen la confrontación del sujeto con un vacío, una carencia, el lugar de una falta de significante en el Otro. Si la invención puede por ello ser un momento propicio a la explosión de la locura, esta misma evidencia, en sus expresiones, una notable capacidad de invención.
Lo cual representa un aporte decisivo del psicoanálisis a la clínica de la psicosis. Como lo observa Freud a propósito del delirio, las manifestaciones de la locura no son la enfermedad sino su tentativa de curación; constituyen una respuesta del sujeto a la presencia de un goce enigmático, un esfuerzo de tramitación frente a una irrupción que no puede simplemente ser “olvidada” y obliga al sujeto a movilizar todos sus recursos.
Jacques Lacan, invitado a hablar en un simposio sobre el escritor James Joyce, dedicó el año académico 1975/76 a desplegar una pregunta que adquiere valor ejemplar: ¿acaso Joyce está loco? La respuesta, mantenida en suspenso a lo largo de las diez reuniones del seminario, halla una plausible solución en la obra del escritor, alumbrando una esperanza en todos aquellos que desesperaban de encontrar una brújula que orientara su práctica como analistas frente a esa clínica tan resbaladiza, las más de las veces frustrante, a menudo desahuciada, la del sujeto psicótico.
Recordemos el hilo central de ese seminario. A partir del carácter autobiográfico de Stephen Dedalus, personaje central del Retrato del artista adolescente y de su antecedente, “Stephen el héroe”, Lacan subraya la indignidad del padre de Joyce, bebedor y negligente, hábil en la fabulación y el vituperio, acusado por su hijo de “simonía” -.comercio ilícito de las dignidades eclesiásticas-. y responsable, por ello, de la corrupción de su propia iglesia; lo que lo lleva a considerarlo como radicalmente carente, de una dimisión absoluta, instaurando una Verwerfung (forclusión) “de hecho”. Falta real del padre que tiene consecuencias en la estructuración psíquica de Joyce, provocando una especie de lapsus calami .-de escritura-. en su “nudo subjetivo”: el entrelazamiento directo de las consistencias simbólica y real no sujeta la consistencia imaginaria, que tendería a separarse. Este es al menos el modo en que Lacan traduce una serie de experiencias discernibles en la relación de Joyce con su cuerpo, y cuyo valor clínico paradigmático sabe extraer del episodio del Retrato... que relata la cruel paliza a bastonazos propinada por Héron y dos amigos a Stephen, los brazos humillantemente atados y arrinconado contra un alambrado de púas. De regreso a su casa, ante la evocación del episodio, Stephen no experimenta ninguna furia, ningún enojo, ninguna rivalidad; “una fuerza oculta” le desgaja la capa de odio, “como se desprende la piel de una fruta madura”.
Esta relación de despojo respecto de la imagen narcisista está redoblada por aquellos extraños momentos de ausencia en los que una orden, tal “unfuego que irradia su oreja y lo hace vibrar”, lo conmina a abandonar la clase y vagabundear durante horas, reuniendo palabras, frases, exclamaciones, carentes de sentido. Recopilación de fútiles situaciones, completamente banales, fragmentos de diálogo, suspiros, frases interrumpidas, a las que Joyce denomina “epifanías”, vale decir, apariciones, revelaciones de lo esencial, que considera como inspiración, causa y materia de su arte. Fenómenos todos que se le imponen con un carácter de realización, como expresión de una falta de mediación imaginaria.
A través del artificio de su escritura, una escritura que avanza en un proceso progresivo de destrucción del sentido, tal como se verifica en el Ulises y alcanza en Finnegan’s wake su culminación, Joyce se fabrica un padre, logrando suplementar su anudamiento subjetivo al forjarse un “ego” capaz de retener el imaginario desujetado. En lugar de venerar el nombre de su padre -.que lo reconoce como su hijo preferido-., Joyce se aboca a “hacerse un nombre”, logrando efectivamente inscribirlo en la cultura como nombre común .-lo “joyceano”-. y “embellecerse”, es decir, restaurar cierta prestancia narcisista, pero no por la mediación identificatoria con la imagen de un semejante sino a través de un trabajo sobre la letra que apunta a la extinción de la vertiente significativa del significante, tal como la lleva a cabo a través de puns, private jokes –”bromas privadas”., enigmas, polisemias y trasliteraciones translingüísticas, que explotan hasta el extremo los recursos de la fonación, consumando lo que Philippe Solers denomina la “destrucción de la lengua inglesa”.
En ello reside la ejemplaridad que, en su lectura, Lacan se propone remarcar. A aquello que se le presenta como emergencias del significante en lo real, imponiéndosele bajo la forma de “hablas” o “epifanías”, Joyce responde en su escritura haciendo valer lo que hay de real en el significante, convirtiéndose con ello no sólo en un gran escritor sino, literalmente, en un “hombre de letras”; alguien a quien, parafraseando los historiales freudianos, podríamos denominar “el hombre de la letra”.
Lo que el “nudo de Joyce” que Lacan propone en la última lección del Seminario XXIII, Joyce. Le sinthome, permite visualizar, al designar como “ego” el cuarto anudamiento que vuelve a enlazar simbólico y real, sujetando por ese redoblamiento mismo la consistencia imaginaria y asegurando que permanezcan juntos Real, Simbólico e Imaginario; ya que a través de esa escritura producida a partir del significante Joyce logra corregir, suplir el error de esa otra escritura que le es previa y constituye su condición de posibilidad, la escritura del anudamiento topológico de la estructura. El síntoma, significante en lo real, deviene así sinthome; no ya en el sentido de una significación inscripta en un proceso de escritura, sino en el de ese mismo proceso de escritura en tanto irreductible a la significación, y al que Joyce se identifica haciendo de él su nombre.
Lo que me interesa subrayar es que la perfección de la “solución joyceana”, tal como la formula Lacan, tuvo el efecto de reavivar el interés de los psicoanalistas por el estudio de la psicosis, dándole una orientación precisa que llevó a alentar la espontánea relación del psicótico con la escritura, el arte, la artesanía, las actividades de taller. Estas actividades, tan antiguas como el asilo psiquiátrico mismo, adquieren, en la perspectiva instaurada por Lacan, un alcance que supera el mero efecto apaciguante de la labor, ordenando sus coordenadas en torno de la pregunta por los elementos de que el psicótico puede disponer en su delirio, pero también en el arte, la pintura, la obra, para lo que se ha dado en llamar su “trabajo”; es decir, las vías que se le abren como posibles al tratamiento de lo real de un goce que, bajo la forma de voces, luces, sensaciones cenestésicas, puede atormentarlo hasta el martirio.
* Fragmento del libro Lo que no cesa. Del psicoanálisis a su extensión, de próxima aparición (Ediciones del Seminario, colección Filigrana).


Fuente: Radar/Pagina 12

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