Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 26 de noviembre de 2011
Podría ser el título de una novela de Robert Louis Stevenson, en esa vertiente de la comedia negra donde brilló como pocos el novelista inglés. O de una novela policial. O de una página de la crónica roja. Pero en realidad es el título de un libro de poesía, breve, tan breve como la producción de Matías Rivas, su autor: han pasado 14 años desde la aparición deAniversario y otros poemas. Y, sin embargo, Un muerto equivocado no tiene nada de leve. En su primera parte –“Beautiful Agony”- asoman voces destempladas, sombrías, que sin contención ni medida se asoman a esos rincones que nadie quiere ver ni oír: la decadencia de la vejez, la humillación y la esclavitud sexual, el real origen del dinero, la trastienda repugnante de hospitales y casas de reposo. Voces que podrían ser aullidos, pero, sometidas al rigor del lenguaje de Rivas, que depura las vibraciones y las ajusta a un ritmo de verso largo, casi excesivo, adquieren una frialdad que las hace aún más atroces. “Quiero escalofríos. Gritar. Pedir otro roto más si se me antoja”, le dice una vieja heredera a su empleada; “soy yo quien le lame el infinito hoyo a la nada”, se lee en otro lugar, en un poema que también habla de “la contemplación de la náusea fría del orden”, que podría ser también una buena manera de describir estos poemas.
Matías Rivas (Santiago de Chile, 1971) ejerció la crítica literaria durante diez años enEl Mercurio y en el semanario The Clinic y actualmente tiene una columna en el diario La Tercera, además de ser editor de la sencillamente extraordinaria Editorial de la Universidad Diego Portales, una de las mejores del así llamado Cono Sur. También es poeta: en 1997 publicó el libro Aniversario y otros poemas y en 2011, Un muerto equivocado, un libro que (como quizás suceda habitualmente en Chile, no sólo en su literatura) alterna ciertos momentos sórdidos en los que el sexo y la violencia pueden ser comprados y vendidos con otros de una ternura frágil. Aquí, tres de los últimos.
ME CALIENTA VERME PENSAR
Como muchos, casi no me miro
Me guardo. Y me detengo frente a las vitrinas
Y me mareo
Y me calienta verme pensar
Creo que soy un perro o una negra o no
Enciendo un cigarro
Saco mis cálculos. Y sospecho que estoy enfermo
Leo. Y escucho a los vecinos
Aunque no los veo, los tengo en las narices
Oigo sus quejas. Y miro el número de la página
"La anarquía de la pobreza
Me seduce, la vieja
Casa amarilla de madera carcomida
Entre las nuevas viviendas de ladrillos"
Pasa alguien. Y pongo los ojos en las pantallas
Se acercan. Y me huelen el culo
Y marcan sus labios en los vidrios
Miro los cables y los enchufes
Efectivamente estoy enfermo -me digo
Debería esconderme
Noventa horas en silencio -quizás.
POSIBLE GATOEximio cazador de polillas y moscas,
sigiloso apóstol de los rincones,
probabilidad de calzar la sombra con el latido,
de juzgar el día según los centímetros de la noche.
Gato posible bajo la mesa
concentrado en una molécula de carne
o a medio dormir entre las piernas de una zorra.
Gato sedado y sedoso,
laxo lamiéndose la cola,
reposando el cansancio ancestral
que impone la morbidez predadora.
MI BUDAPerdona, hijo, mis gritos insufribles,
los portazos,
la cruel injusticia de mis palabras
y el tono infame de mis arrebatos.
Sé que no hay consuelo ni piedad posible
ante mi neurosis desatada. Mi gusto por el orden
y mi fe en la voluntad son inverosímiles.
Carezco de la soltura de la que tú gozas,
de esa elasticidad con la que te estiras por el suelo.
Soy a la luz de cualquier vela un manojo de nervios retorcidos.
Te ruego que no me escuches ni me observes.
Mi paciencia es breve
y me duele la cabeza y el cuello de tanto manejar.
En las noches aprieto las mandíbulas hasta triturar mis muelas.
Disculpa mis malos modos.
Detesto mi escaso entusiasmo, mi cansancio crónico
y ese pesimismo jocoso con que amanezco.
Mi mente parece un panal de abejas con humo
y resisto gracias a las maromas
de tu madre y la piedad de mi familia.
Han tenido entereza y excesiva templanza, lo sé.
Sé que no soy un peón de porcelana.
A tu edad mis padres me daban correazos en las piernas si era necesario;
en cambio, lo que a mí me toca es aprender a escucharte
como si fueras un buda.
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