Criado en Villa Pueyrredón, amante del tango y del free jazz, inspirado por los surrealistas argentinos y admirador de Kerouac y de los beatniks, Sánchez no creía en los argumentos ni en los personajes: “No hay que escribir nada que pueda contarse por teléfono”, decía. Y agregaba: “El ritmo de lo que ocurre es lo que mejor define mi trabajo narrativo. La historia interesa y no interesa, el lenguaje interesa más que la historia”.
Sánchez seguía los códigos del escritor lumpen: no hacer carrera literaria; no presentarse a premios; no trabajar en periodismo ni en publicidad.
Un libro de Osvaldo Baigorria, Sobre Sánchez , reconstruye ese desvanecerse de la vida del escritor. No es una biografía de Sánchez sino más bien la crónica de una inquietud personal. El interés de Baigorria no está en la literatura de Sánchez, sino en eso mismo que en 1998 lo llevó a escribir Anarquismo transhumante, crónicas de crotos y linyeras . ¿Qué es lo que lleva a un hombre a desertar, a abandonar? ¿Por qué se fugó Sánchez? ¿Por qué dejó de escribir?
Hay un nombre que se repite, y es el de Gurdjieff, un místico ruso del siglo XIX que propugnaba la desautomatización y la ruptura de los hábitos como forma de recordarse a sí mismo, ser auténtico, entero, y mantenerse alerta. Existen métodos (Trabajos) para profundizar esa desautomatización, que Sánchez seguía estrictamente, como escribir y hacer todos los gestos cotidianos con la mano izquierda, o caminar durante horas con una piedra en un zapato, para sentir la iluminación del dolor, y luego la iluminación del fin del dolor. La experiencia no miente. No hay que mistificar lo que se experiencia.
Sánchez empezó a leer a Gurdjieff a fines de los ’60. En un viaje a Venezuela se vinculó con la hija de uno de los primeros discípulos, y en Francia con sus seguidores más importantes. Ya había escrito sus primera novelas: Nosotros dos (1966) y Siberia blues (1967). Durante esos años escribirá El amhor, los orsinis y la muerte (1969) y Cómico de la lengua (1973), sus libros más difíciles. Todos fueron reeditados en los últimos años. En 1975, en París, muere su pequeña hija, de pocos meses de edad. Sánchez empieza a tener alucinaciones auditivas que le ordenan caminar sin pausa durante varios días, perdiendo ropa y puntos de referencia. Después está en Los Angeles, después en Nueva York. Convencido de las enseñanzas de Gurdjieff, Sánchez creía que viviría hasta los 300 años.
Recién en 1986, con un pasaje pagado por su madre, vuelve al país. Sólo trae consigo un bolso de mano con un espejito y una navaja para afeitarse. Como si hubiese querido volver a la literatura, retomar un hilo después de tanto silencio, en 1988 publica un libro de cuentos con una fuerte marca autobiográfica: La condición efímera . Y volvió a callarse. Cuando le preguntaban por qué no escribía más, él respondía: “perdí la épica”. Néstor Sánchez murió en 2003.
En su investigación, Baigorria les pregunta a escritores amigos de Sánchez por la influencia de Gurdjieff. Liliana Heer le responde que el Trabajo de Gurdjieff le permitió a Sánchez escribir y publicar por lo menos tres libros: El amhor…, Cómico de la lengua y La condición efímera . Para Hugo Savino, en cambio Gurdjieff le “estragó” el verbo a Sánchez. “Imaginate, un escritor de su estatura, someterse a la violencia de no escribir para dedicarse al Trabajo”, señala.
Baigorria arriesga una tercera hipótesis: Gurdjieff no incitó a Sánchez a dejar de escribir. Le permitió elaborar el duelo por haber abandonado la escritura, algo implícito “en la concepción de Sánchez del arte y de la vida. El abandono, la deserción, configurarían su gesto como artista”, dice Baigorria. Y concluye: “Sánchez perdió la épica, pero no la ética.”
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