Escribir requiere las más altas dosis de inspiración, extraer de nuestra mente las mejores ideas no resulta tan sencillo, es un proceso complejo que requiere hallar los estímulos externos o internos que nos coloquen en el estado de ánimo adecuado que hará fluir las palabras.
Así como cualquier mortal, los más grandes escritores de la historia también sufrieron bloqueos creativos y se vieron en la necesidad de encontrar la inspiración a como dé lugar; algunos en caminatas, al tomar café, en la música o en las drogas… pero muchos otros hallaron su inspiración a través de hábitos más extraños y fue gracias a estos que crearon sus mejores obras.
Un artículo de The Guardian recupera los hábitos más extraños de famosos escritores. Rutinas que les permitieron fluir en la escritura.
El Premio Nobel de literatura,solía pintar su rostro con un polvo verde, no se sabe con exactitud por qué lo hacia, pero amigos cercanos al escritor concuerdan que lo hacía para sentirse más interesante, cadavérico y moderno, para parecer más un poeta y no “un empleado de banco”.
El escritor norteamericano también tenía hábitos peculiares, pues sólo escribía en largas y estrechas tiras de pergamino, los que posteriormente unía con cera y los enrollaba para guardarlos en su escritorio, cuando los desenrollaba, eran tan largos que cubrían una habitación entera. El biógrafo Kevin Hayes apunta que Poe percibía una relación entre el proceso físico de escribir y el producto literario terminado; si hubiera escrito en hojas blancas tamaño carta, su trabajo no hubiera sido el mismo.
Scott Fitzgerald
Scott Fitzgerald
Scott Fitzgerald dijo: “Cualquier cosa en exceso es mala, pero demasiada Champagne es justamente buena”, y no lo dijo en vano, ya que el escritor sostenía que el alcohol lo ayudó a escribir sus mejores obras: “Hace dos años me di cuenta que cuando paré de tomar durante, más o menos, tres semanas, inmediatamente me salieron ojeras, estaba apático y no tenía ganas de trabajar”.
Aunque era compañero de borracheras de Fitzgerald, Hemingway siempre escribió sobrio. Su peculiar hábito surgió a raíz de una lesión en la pierna que sufrió durante la Primera Guerra Mundial, él encontraba más cómodo escribir estando de pie, con sus mocasines, sobre una tapete de piel de antílope. Sin embargo, no era el único; Lewis Carroll y Thomas Wolfe también escribían de pie, de hecho, se ha demostrado que trabajar de esta manera incrementa la productividad, un estudio de Public Health England, dice que deberíamos estar parados al menos cuatro horas durante el trabajo.
El escritor George Bernard Shaw fue más allá y construyó un mecanismo especial para escribir: “The revolving writing hut” era una pequeña cabaña montada sobre un mecanismo giratorio que le permitía escribir siguiendo el curso del Sol a lo largo del día.
A Show le molestaba estar cerca de la gente mientras trabajaba, por eso ideó un lugar que le permitiera una completa privacidad, dentro de la cabaña escribió algunas de sus obras más conocidas: Pygmalion y Andreocles, y El León.
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