La fantasía es una tierra peligrosa; con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios. La frase deJ.R.R. Tolkien, autor de la trilogía "El señor de los anillos", pinta de manera categórica el mundo de los cuentos de hadas. O mejor dicho, esa tierra misteriosa y subyugante que surge cada vez que abrimos un libro y nos dejamos cautivar por aquellas historias que poblaron nuestra infancia.
Uno de esos cuentos es "Blancanieves y los siete enanitos", que todos conocimos de niños gracias a la película de Disney o a los maravillosos relatos de nuestras abuelas. Sin embargo, la historia original de la princesa perseguida por su celosa madrastra es muy distinta a la que presenta el filme animado. En este sentido, la película "Blancanieves y el cazador", que se estrenó el año pasado con Kristen Stewart (la estrella de la saga "Crepúsculo"), fue un poco más sincera, porque en algunos puntos se acercó a la versión original. Claro que lo que muy pocos conocen -y lo que ninguna película aún ha mostrado- es que Blancanieves realmente existió: fue una princesa de carne y hueso, casi ciega, que tuvo una vida mucho más desdichada que la que muestra el cine.
Pero vayamos al principio de todo. Durante mucho tiempo se creyó que Blancanieves había sido concebida por el escritor italiano Giambattista Basile, que en el siglo XVI publicó el libro "Pentamerón: el cuento de los cuentos". Era una antología de historias tradicionales en la que aparecía el relato de Lisa, una niña de siete años que, tras un accidente con una peineta mágica, entra en un estado inconsciente. Sus padres, desconsolados, la dan por muerta y la entierran en un ataúd de cristal, lugar en donde la joven -inexplicablemente- sigue creciendo hasta adquirir el cuerpo y las facciones de una hermosa mujer. Una pariente, envidiosa de la belleza extraordinaria de Lisa, jura entonces acabar con ella y, en un rapto de locura, rompe el sarcófago y toma a Lisa de los cabellos. Pero, en su intento por arrastrar el cuerpo para enterrarlo en el bosque, se desprende la peineta y la chica despierta.
Como se ve, esta suerte de protohistoria de Blancanieves carece por completo de sus ingredientes más conocidos, como el espejo mágico, los siete enanos, la manzana envenenada, la reina malvada y el príncipe enamorado. No fue sino hasta muchos años después, que los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm tomaron esa leyenda y la reescribieron en forma de cuento, dotándola de aquellos ingredientes que hoy nos siguen subyugando.
El cuento de los Grimm
Para aquellos que sólo conocen la versión de Disney, encontrarán que la historia narrada por los hermanos Grimm tiene inexplicables diferencias. Según el cuento, Blancanieves era una adolescente de extraordinaria belleza que tenía una madrastra que aspiraba a ser la más hermosa del reino. Por eso, el día que se enteró de que su hijastra era efectivamente la mujer más hermosa de la Tierra, le ordenó a un cazador que la lleve al bosque y la mate. Sin embargo, la sentencia nunca se cumplió: el servidor, conmovido por la belleza de la joven, la deja libre y Blancanieves vive feliz en la cabaña de los enanos.
Hasta aquí, todo coincide con la película de Disney. Es en la segunda parte de la historia cuando aparecen las diferencias más notables. En el momento que la madrastra se entera de que Blancanieves seguía con vida, decide tomar cartas en el asunto y matar a la joven con sus propias manos. Lo intenta en tres oportunidades: la primera vez, con una primorosa cinta para el pelo; luego, con una peineta tóxica (un guiño a la leyenda medieval); y finalmente, con la famosa manzana envenenada. En las dos oportunidades anteriores, los enanitos llegaron a tiempo para rescatar de la muerte a su doncella. Pero, en la tercera, la madrastra se sale con la suya y la princesa finalmente cae inconsciente en el piso de la cabaña. Los enanitos se dan cuenta de que ya nada pueden hacer y deciden enterrarla en un ataúd de cristal porque no podían soportar que la tierra se devorara su belleza. Allí, en la espesura del bosque, la velaron durante años.
El final de la historia es lo más desconcertante. Un día pasaba por esas tierras un príncipe y al ver a Blancanieves se enamoró tanto de ella que pidió a los enananitos llevarla a su castillo para contemplarla durante toda su vida. Pero, al mover el ataúd, un trozo de manzana salió de la garganta de Blancanieves y la doncella se despertó. No hubo beso: sólo un afortunado accidente. Felices, el príncipe y Blacanieves se casaron. Invitaron a los enanitos y también a la madrastra, sólo que a ella le tenían preparada una sorpresa: fue obligada a bailar desnuda hasta morir, calzada con unos zapatos de hierro calentados al rojo vivo.
Uno de esos cuentos es "Blancanieves y los siete enanitos", que todos conocimos de niños gracias a la película de Disney o a los maravillosos relatos de nuestras abuelas. Sin embargo, la historia original de la princesa perseguida por su celosa madrastra es muy distinta a la que presenta el filme animado. En este sentido, la película "Blancanieves y el cazador", que se estrenó el año pasado con Kristen Stewart (la estrella de la saga "Crepúsculo"), fue un poco más sincera, porque en algunos puntos se acercó a la versión original. Claro que lo que muy pocos conocen -y lo que ninguna película aún ha mostrado- es que Blancanieves realmente existió: fue una princesa de carne y hueso, casi ciega, que tuvo una vida mucho más desdichada que la que muestra el cine.
Pero vayamos al principio de todo. Durante mucho tiempo se creyó que Blancanieves había sido concebida por el escritor italiano Giambattista Basile, que en el siglo XVI publicó el libro "Pentamerón: el cuento de los cuentos". Era una antología de historias tradicionales en la que aparecía el relato de Lisa, una niña de siete años que, tras un accidente con una peineta mágica, entra en un estado inconsciente. Sus padres, desconsolados, la dan por muerta y la entierran en un ataúd de cristal, lugar en donde la joven -inexplicablemente- sigue creciendo hasta adquirir el cuerpo y las facciones de una hermosa mujer. Una pariente, envidiosa de la belleza extraordinaria de Lisa, jura entonces acabar con ella y, en un rapto de locura, rompe el sarcófago y toma a Lisa de los cabellos. Pero, en su intento por arrastrar el cuerpo para enterrarlo en el bosque, se desprende la peineta y la chica despierta.
Como se ve, esta suerte de protohistoria de Blancanieves carece por completo de sus ingredientes más conocidos, como el espejo mágico, los siete enanos, la manzana envenenada, la reina malvada y el príncipe enamorado. No fue sino hasta muchos años después, que los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm tomaron esa leyenda y la reescribieron en forma de cuento, dotándola de aquellos ingredientes que hoy nos siguen subyugando.
El cuento de los Grimm
Para aquellos que sólo conocen la versión de Disney, encontrarán que la historia narrada por los hermanos Grimm tiene inexplicables diferencias. Según el cuento, Blancanieves era una adolescente de extraordinaria belleza que tenía una madrastra que aspiraba a ser la más hermosa del reino. Por eso, el día que se enteró de que su hijastra era efectivamente la mujer más hermosa de la Tierra, le ordenó a un cazador que la lleve al bosque y la mate. Sin embargo, la sentencia nunca se cumplió: el servidor, conmovido por la belleza de la joven, la deja libre y Blancanieves vive feliz en la cabaña de los enanos.
Hasta aquí, todo coincide con la película de Disney. Es en la segunda parte de la historia cuando aparecen las diferencias más notables. En el momento que la madrastra se entera de que Blancanieves seguía con vida, decide tomar cartas en el asunto y matar a la joven con sus propias manos. Lo intenta en tres oportunidades: la primera vez, con una primorosa cinta para el pelo; luego, con una peineta tóxica (un guiño a la leyenda medieval); y finalmente, con la famosa manzana envenenada. En las dos oportunidades anteriores, los enanitos llegaron a tiempo para rescatar de la muerte a su doncella. Pero, en la tercera, la madrastra se sale con la suya y la princesa finalmente cae inconsciente en el piso de la cabaña. Los enanitos se dan cuenta de que ya nada pueden hacer y deciden enterrarla en un ataúd de cristal porque no podían soportar que la tierra se devorara su belleza. Allí, en la espesura del bosque, la velaron durante años.
El final de la historia es lo más desconcertante. Un día pasaba por esas tierras un príncipe y al ver a Blancanieves se enamoró tanto de ella que pidió a los enananitos llevarla a su castillo para contemplarla durante toda su vida. Pero, al mover el ataúd, un trozo de manzana salió de la garganta de Blancanieves y la doncella se despertó. No hubo beso: sólo un afortunado accidente. Felices, el príncipe y Blacanieves se casaron. Invitaron a los enanitos y también a la madrastra, sólo que a ella le tenían preparada una sorpresa: fue obligada a bailar desnuda hasta morir, calzada con unos zapatos de hierro calentados al rojo vivo.
La princesa ciega y el espejo reverberante de Lohr
Según Voltaire, el hombre necesita de las fábulas para entender el mundo que lo rodea. Claro que, en el caso de Blancanieves, la leyenda ha dado paso a la historia. Sí, porque la bella doncella, los siete enanitos, el espejo encantado y la reina malvada existieron de verdad. Al menos eso es lo que sostiene el historiador Eckhard Sander, quien empleó 17 años para llegar a esta conclusión: la Blancanieves transfigurada por los hermanos Grimm no era otra que María Sophia Margaretha Catharina von Erthal, nacida el 15 de junio de 1729, hija del príncipe Philipp Christoph von Erthal y de Maria Eva von Bettendorf. El castillo de los Erthal es hoy un museo (foto derecha), cuya principal atracción es justamente el espejo parlante (foto izquierda). En efecto, se trata de un refinado juguete acústico muy en boga en la época, fabricado allí mismo, en Lohr, célebre entonces por la manufactura de hermosos cristales. El espejo tiene la curiosa particularidad de repetir cada palabra pronunciada por quien se pare delante. Más aún, sobre el marco puede leerse una inscripción que parece reflejar perfectamente la vanidad de la "bruja": "amor propio". ¿Sorprendente, no? El espejo era propiedad del príncipe, quien se lo regaló a su segunda mujer, Claudia Elisabetta von Reichenstein, madrastra de Maria Sophia. Y aunque la relación entre la joven y su madrastra no era tan mala como asegura el cuento, la condesa siempre beneficiaba a los hijos de su primer matrimonio y menospreciaba a la condesa, que a causa de la varicela, había quedado ciega. El cronista de la familia Erthal describía a Maria Sophia como "un ángel caritativo y bondadoso". Por eso, los habitantes de Lohr le tenían cariño y se pasaba el día rodeada de niños envejecidos prematuramente por el trabajo en las minas de la familia. Estos niños, que vestían largos abrigos y gorros, acabaron convertidos en los enanos del cuento. Las crónicas aseguran que, en una fiesta, Maria Sophia conoció al príncipe Felipe II de España, hijo de Carlos V y María de Portugal, pero el padre no autorizó la boda porque políticamente no le convenía. Se cuenta que para deshacerse de Maria Sophia hizo envenenar los frutos de los árboles por donde la joven solía caminar; otros escritos revelan que la joven fue envenenada por la policía secreta del rey y no por su madrastra como dice el cuento.Sin embargo, lo que muy pocos saben es que esta doncella existió en realidad. Se llamaba Maria Sophia y vivió en un castillo de Lohr
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