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miércoles, 11 de mayo de 2016

LiBros," Vicio Propio" de Thomas Pynchon , El Escritor al que no se le conoce la CARA.

“Vicio propio”, de Thomas Pynchon



Esta novela fue llevada al cine, siendo la primera vez que un libro de Pynchon es llevada al cine.

Inherent Vice (Puro Vicio en España y Vicio Propio en Latinoamérica) es una película estadounidense de 2014 escrita y dirigida por Paul Thomas Anderson, basada en la novela del mismo nombre de Thomas Pynchon. La película está protagonizada por Joaquin PhoenixJosh BrolinOwen Wilson, Katherine Waterston, Reese WitherspoonBenicio del ToroJena MaloneMaya Rudolph y Martin Short. Es la primera película adaptada de una obra de Pynchon. 


Protagonizada por un detective drogón envuelto en una pesquisa en la que las cosas nunca son lo que parecen, Vicio propio es, además de un policial negro ambientado en la California de fines de los sesenta, una de las obras narrativas más breves, lineales y legibles del siempre genial Thomas Pynchon. / Por Damián Selci

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Es difícil encontrar nuevos elogios para Thomas Pynchon. El sistema literario estadounidense lo ubicó en un lugar de privilegio dentro del canon occidental, disputando palmo a palmo con Melville, Cervantes y Joyce. Hablar de su mente genial, del tamaño de sus libros, de su ausente perfil público, de la paranoia, de que mandó un payaso a recibir el National Book Award, etcétera, es caer en lo conocido. Su obra ya está muy consolidada y lo único que nos queda es releer sus libros, hacer un balance y agradecerle. Le debemos algo importantísimo: el haber revitalizado las condiciones para que volvamos a hablar, justo cuando no creíamos que eso fuese a repetirse, en términos de “gran literatura”. Las discusiones de los sesenta y setentas sobre el fin del modernismo nos habían habituado a bajar el nivel de expectativas sobre lo que se suponía que era capaz de decir un texto. Ahora, gracias a Pynchon, podemos volver a ser exigentes: como escritores, lectores, críticos. Y eso permite que nos concentremos en las lecciones cristalinas que manan de su obra.
Por ejemplo, y teniendo en cuenta ciertas repetidas predilecciones dentro del campo de la narrativa argentina, una primera conclusión que podemos sacar es que la literatura norteamericana reciente no sólo fue minimalista, como Carver, sino también maximalista, como Pynchon. Claro que la grandeza barroca, la voluminosidad y la información que hay en sus libros no tiene nada que ver con el tipo de sapiencia fastidiosa que puede restregarnos por la cara Umberto Eco. En el caso de Pynchon, la información, sea de la alta cultura, de la cultura de masas o de donde se nos ocurra, está impregnada por la atmósfera siniestra de los servicios de inteligencia. El arco iris de gravedad, su texto más sofisticado y trascendente, puede leerse como un gigantesco análisis político de la Segunda Guerra Mundial y por extensión, de los verdaderos resortes que generaron el siglo XX que conocimos.
Para llevar a cabo una tarea así hay que tener información fidedigna, y los lectores argentinos que se hayan metido en ese libro pueden recordar, incluso con cierto estremecimiento, la escena en la que Pynchon interpreta nuestro modo confesional de hablar como un producto del Estado-Nación que tenemos, cuyas funciones persecutorias se impusieron históricamente por sobre todas las demás… ¿Cómo se puede ser tan sutil? Este tipo de observaciones son las que, presumiblemente, llenarían las fojas de un agente de la CIA bastante inspirado. La impresión de estar enterándose de algo oscuro es un efecto que Pynchon suscita en cada página, y por esa vía sus novelas terminan convirtiéndose en textos de pedagogía política de primer nivel: no tanto a causa de lo que dicen, sino porque nos fuerzan a leer entre líneas, o sea, nos enseñan a captar los movimientos profundos de la época a partir de unos pocos indicios.
Vicio propio, su última novela, está ambientada en la contracultura estadounidense de los sesenta. El libro se abre con un epígrafe del Mayo Francés y tiene por protagonista a Doc Sportello, un detective con peinado afro que acepta investigar la misteriosa desaparición de la actual pareja de su ex novia, un tal Mickey Wolfmann, multimillonario que hizo sus dividendos de la peor manera posible, o sea, como especulador inmobiliario. El dato significativo es que últimamente Wolfmann venía sintiéndose culpable por el inmoderado crecimiento de sus finanzas y al parecer abrigaba la idea de generar proyectos destinados a los pobres y desamparados, un mal ejemplo que ni el FBI ni una larga lista de conspiradores nixonianos quería que cundiese en América. Como es habitual en Pynchon, la intriga pega doscientas vueltas, pero la trama tiene forma lineal, el personaje principal no se abandona nunca y la prosa mantiene cierta gentileza comunicativa dentro de la estrategia retórica siempre alusiva, zigzagueante, que puede expresarse tanto en los diálogos irónicos como en las extensas cláusulas subordinadas, normalmente equipadas con adjetivos vivarachos, nombres raros y comparaciones tenebrosas.
Como Vineland, como La subasta del lote 49Vicio propio es una narración no muy larga y bastante transparente sobre la contracultura, pero enfatiza los rasgos de novela negra (hay detectives, femmes fatales, enigmas y tiros) y despliega una imponente topografía playera en la que los surfistas, las bandas de rock y los alucinógenos se destacan contra la ondulación constante de los médanos y las olas. De algún modo es un libro nostálgico, lo que parece natural en un hombre que anda por los setenta y pico de años. Pero a Pynchon la nostalgia no le impide llevar adelante una caracterización inscripta en un análisis político más amplio. A diferencia de Houellebecq, que en sus novelas sobre los setenta combina un traqueteo sexual mal redactado con ciertas reflexiones filosóficas de alarmante superficialidad, Pynchon parte de la hipótesis de que el Estado norteamericano es un “observador omnisciente” de la contracultura, simplemente porque la actividad de inteligencia de un país desarrollado consiste en generar hipótesis de comportamientos futuros, y las mentes hippies rebosaban de ideas sobre tecnología, ecología, informática y otros temas que se convertirían en áreas centrales del porvenir. Vicio propio reconfirma que la obra de Pynchon es el libro abierto de los servicios de inteligencia, los cuales, como nos enseña El arco iris de gravedad, a duras penas son “estatales” o “nacionales”: tienen una lógica propia, muchas veces no se los puede remitir a un país en particular… Dicho con otras palabras, da la sensación de que para Pynchon la Historia no la hacen los Estados ni las clases sociales, sino los agentes secretos.
En El arco iris de gravedad hay una frase clave que se vincula a la tesis anterior: “Lo que pasa es una verdad tan tremenda que la historia –a lo sumo una conspiración, no siempre entre caballeros, para el fraude– no la reconocerá”. Desde V., publicada en 1963, novela de geografía variable que mezcla capítulos que se desarrollan en el Medioevo con otros situados en el siglo XX, queda claro que para Pynchon la única fuerza capaz de atravesar la historia es la de la conspiración. Su sistema cognitivo guarda similitudes con la estética de Kant, o sea, con el romanticismo: la apariencia engaña, la esencia es inaccesible, pero todo indica que la esencia podría manifestarse en ciertos signos y conducirnos a una revelación, si uno es lo suficientemente receptivo, o sea, si es un detective, un espía o un científico. Pero claro, las consecuencias de semejante revelación implicarían la desintegración inmediata de nuestro mundo…
Lo Sublime, la “verdad tan tremenda”, puede aparecer, pero como probablemente no estemos capacitados para tolerarla, debe considerarse como lo Siniestro (así el ansiado cohete V.2. de El arco iris de gravedad, el auténtico significado del nombre “V” en la novela homónima, la develación del enigma Trystero en La subasta…). Pynchon no cree en las apariencias, y por eso nunca redacta directamente; aunque pueda ser clarísima, su prosa viborea en torno al objeto mediante una batería de mecanismos alusivos como los adjetivos irónicos, los puntos suspensivos y toda clase de torsiones sintácticas. En estas condiciones, el acrobático logro de Pynchon consiste en la fusión de la incredulidad cínica más extrema con la expectativa romántica de la aparición de lo Sublime. Sus personajes son suspicaces, mañosos, desconfiados, y al mismo tiempo están lanzados a la búsqueda de una Verdad metafísica a la que casi parece que podrían acceder en cualquier momento. Para Pynchon, hasta el último cadete policial, la última prostituta, el último biólogo desocupado tiene derecho a sacrificar su vida o su estabilidad psicológica a cambio de una Revelación. En sus novelas no hay ninguna vindicación de la liviandad, de lo superficial o lo apático: todo puede ponerse serio de repente.
W.H. Auden decía que un autor sin estilo podía escribir una buena novela, pero no dos. Pynchon lleva publicadas diez mil páginas sin que su prosa haya decrecido en sorpresa e intensidad, y este es el detalle que lo convierte en el escritor central de nuestra época. La sofisticación que subyace en cada una de sus frases no tiene parangón entre sus contemporáneos y bien podría ser que, en lo que concierne a la literatura estadounidense reciente, no precisáramos saber nada más que lo que nos transmite Pynchon. Dadas estas condiciones, ya podría ser hora de que nos tomemos en serio todos los elogios comúnmente prodigados a Pynchon; si de verdad es tan grande como Joyce, si por lo menos le anda cerca, entonces lo lógico sería estudiarlo con lupa, evitar lecturas simplistas o epigonales y ver cuáles son los aspectos de su obra que pueden ayudar a que la narrativa argentina salga del aburrimiento histórico en que está inmersa.
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Vicio propio (Tusquets). 422 páginas. Traducción de Vicente Campos.Fuente Revista Inrockuptibles

Thomas  Pynchon,
 (Long IslandNueva York8 de mayo de 1937), es un escritor estadounidense, considerado uno de los novelistas más celebrados de la actualidad. Se destaca tanto por su narrativa compleja y laberíntica como por su aversión a los medios (sólo se conoce media docena de fotos suyas de estudiante y recluta en la marina). Su obra está compuesta de ocho novelas: V. (1963), La subasta del lote 49 (1966), El arco iris de gravedad (1973), Vineland (1990), Mason y Dixon (1997), Contraluz (2006), Vicio propio (2009), Al límite (2013); y un libro de cuentos titulado Lento aprendizaje (1984).

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